La instalación
Y LA EXPERIENCIA TOTAL

Fernanda Otero Ríos[*]


Hablar de arte siempre es un placer y, al mismo tiempo, es una tarea algo compleja. La última vez (Otero, 2015), decidí escribir sobre el ready-made como forma de expresión artística alterna a las formas tradicionales de las artes plásticas (como la pintura o la escultura). En esta ocasión, abordaré otra de estas formas alternas, relativamente nuevas, que han surgido a partir de las vanguardias del siglo XX y que han logrado ganarse un lugar en el mundo del arte por mérito propio y siguen usándose de manera abundante en nuestros días como una de las formas preferidas de representación en este ámbito. Me refiero a la instalación artística.

Estar dentro de la obra de arte

El arte de instalación es un tipo de arte contemporáneo en el cual el artista utiliza, como parte de la composición, el propio medio (como paredes, piso, luces e instalaciones) además de objetos diversos. En muchas ocasiones, los materiales escogidos, llenan más o menos el espacio y el espectador es invitado a moverse alrededor de la obra o interactuar con la pieza (Ecured, s/f).


Como en todo el ámbito artístico, no existe una sola y absoluta definición, pero puede decirse que una instalación es la modificación de un espacio determinado con una intención artística. En este sentido, la instalación está más relacionada con la arquitectura que con otras manifestaciones de las artes plásticas, si bien es cierto que con frecuencia se vale de principios escultóricos, y tal vez por ello, muchos autores la plantean como una consecuencia lógica de la escultura. Sin embargo, me atrevo a conceptuarla prioritariamente como arquitectónica, pues la función principal de la instalación es la modificación y transformación conceptual y física del espacio en el que se coloca y para el que, normalmente, es concebida.

Los orígenes o antecedentes de la instalación pueden rastrearse desde las primeras exposiciones Dadá, ya que:


Feria dadaísta (1920) con obra de Heartfield

Los dadaístas cambiaron la forma de presentar las obras de arte; sus exhibiciones no tenían nada que ver con las exhibiciones elegantes que se presentaban en los museos y en las galerías. Heartfield tomó a través del movimiento Dadá fuertes represalias contra la guerra; en una exhibición colgó del techo un maniquí vestido de oficial alemán cuya cabeza era la de un cerdo (Lemarroy, 2004).


Aunque este tipo de exhibiciones no eran nombradas aún instalaciones, ya usaban muchos de los principios plásticos y conceptuales de lo que, a partir de la década de los sesenta, se concebiría como instalación.

Una forma relativamente sencilla de identificar una instalación artística es, por lo tanto, que podemos movernos dentro de la obra; la obra de arte por definición es un objeto cargado de lo que Walter Benjamin (2003) llamaría aura. Por ello, la galería y el museo suelen ser lugares de contemplación, donde tenemos un acceso restringido a la obra, podemos verla, admirarla y hasta tener una experiencia estética de monumentales proporciones frente a ella, pero el acceso llega hasta allí: está prohibido tocar.

En algunos recintos, incluso hay una distancia que no debe sobrepasarse para la contemplación; el acto de no respetar esa disposición activa un sonido, a modo de alarma, que advierte al espectador que ha sobrepasado el límite de lo permitido, que se ha acercado de manera demasiado peligrosa al objeto sagrado y ha estado a punto de profanarlo. En otros casos (en los que se carece de dispositivos tecnológicos de esta índole), nos toparemos con la sonrisa de una persona que nos solicitará, a veces de manera amable y otras no tanto, que guardemos una distancia prudencial del objeto de nuestro interés.

Es así como la instalación transforma un espacio determinado en algo extraordinario. Por supuesto, el espacio de la galería o el espacio museístico son recintos destinados a sacar al espectador de su cotidianidad; sin embargo, la instalación logra hacerlo de una manera total. Cuando una persona se enfrenta a una instalación, no sólo cumple con el papel de mero espectador, sino que se sumerge en la obra de arte y, queriéndolo o no, forma parte de ella. “Aquí, el espectador/usuario habita y genera el espacio del arte, modifica el espacio cotidiano y lo transforma en espacio artístico, incluyéndose él mismo dentro de aquél”(Larrañaga, 2006: 45).

Debe entenderse, de manera general, que la obra de arte no puede ser tocada por manos no expertas o certificadas, sólo el galerista, el curador, el empleado del museo y los afortunados compradores pueden tener entre sus manos tan preciadas piezas una vez que han dejado las manos del artista/creador.

Eso es, tal vez, lo que hace que la instalación sea en parte tan transgresora y en parte tan atractiva. Es transgresora ante la institución artística, pues se niega a ser un objeto de mera contemplación, ante el que el espectador actúe simplemente como un voyeur, que debe conservar prudencial distancia; se niega, por ello, a entrar en los estándares de objeto sagrado, inaccesible e inalcanzable. Además, la instalación guarda en sus principios su propia muerte, quiero decir, es efímera, no está planeada para perdurar y sobrevivir a los siglos, y ser objeto de culto para esta y las futuras generaciones. “El arte de las instalaciones forma parte del arte contemporáneo, el cual se caracteriza fundamentalmente por su capacidad para inquietar y perturbar al espectador”(Bringas, 2014: 6).

Por el contrario, la instalación se abre al espectador y le demanda una participación activa, exige que el espectador la complete, la transite y con ello la signifique y la termine. Es la instalación la que, sabiendo que no perdurará, toma una postura mucho más humana, y, por ello, creo que provoca de manera mucho más sencilla una experiencia estética total, pues carece de la pretensión de la pintura al proponerse como intocable.

Curiosamente, esta característica de la instalación no la desacraliza. Pareciera, en primera instancia, que la instalación, por ser más abierta, accesible y cercana, pudiera perder el carácter de culto y el principio aurático; pero creo que no es así: la instalación logra integrar al espectador de tal manera que le otorga, al menos en el momento que se encuentra dentro de la obra, un carácter también sagrado y aurático.

Es como si la instalación, a diferencia de otras manifestaciones plásticas, nos permitiera tener una experiencia sagrada en sí misma, pero que no entra sólo por los ojos, por medio de la contemplación, sino que nos permite integrarnos al ritual del arte y ser partícipes, lo queramos o no, del momento extraordinario representado por la obra.

Cuando nos sumergimos en la instalación, además del disfrute mental que nos proporciona, tenemos la oportunidad de vivir la obra kinestésicamente: la obra se encuentra alrededor de nosotros –dependiendo del trabajo del que se trate, puede estar a los lados, atrás, enfrente, debajo o arriba–; nos movemos por ella y con ello nuestro cuerpo y nuestro ser adquieren un nuevo significado; estamos literalmente dentro de la obra, somos la obra, y eso no lo ofrece ninguna otra manifestación plástica.


Olafur Eliasson, Take your time (2008)


La instalación no sólo nos deja que la veamos, también nos permite tocarla, caminarla, olerla y escucharla, tal vez incluso probarla; nuestros sentidos se encuentran del todo sumergidos en aquello concebido por la mente del artista/creador; y a veces también exige de nosotros cosas poco comunes en el museo, como descalzarnos, o colocar protectores de alguna índole en los zapatos o en las manos. Asimismo, es posible vivir la instalación de manera colectiva, como parte de un grupo reducido de personas, o en soledad total; a veces son éstos los únicos tipos de limitantes que encontramos, y todo ello, claro, relacionado con la intención del artista y la sensación o reflexión que busca provocar en nosotros.


Ilya y Emilia Kabakov, Palace of projects (2000)


Creo que este es el mayor atractivo de la instalación: para el artista/creador, es exigente y al mismo tiempo liberadora, pues exige de él, que eche mano de todos sus conocimientos y de la mayor creatividad posible, ya que crea para un espacio siempre cambiante (dependiendo del espacio para el que le soliciten la obra) a partir de un concepto base, pero que diseña para ser completado, transitado y transformado por el espectador. Al mismo tiempo, es liberadora porque no supone límites en cuanto al uso de materiales, puesto que el creador puede emplear una gama amplísima de recursos para llevar a cabo su idea en el espacio, siendo posible que use objetos, esculturas, pinturas, música, cosas naturales, imágenes fijas o en movimiento, y un largo etcétera que se amplía a partir de las combinatorias posibles.


Cildo Meireles, Marulho, 1991/1997


Además, el artista/creador determina el nivel de interacción permitido entre el espectador (que en este caso se convierte en cocreador) y su obra. En definitiva, el artista se vuelve más un planificador del juego del arte, pone los elementos y abre las posibilidades para que el espectador, a partir de sus inquietudes, juegue con la obra e interactúe con ella en diversos niveles. “De esta manera, el espectador toma conciencia de su situación en el mismo espacio de la obra y puede relacionarse con los objetos desde diferentes posiciones”(Larrañaga, 2006: 39).

Así, la instalación nos ofrece una experiencia total, en la que se vuelve inevitable que nuestro cuerpo transite a través del arte y lo viva de una manera completamente distinta. Todos nuestros sentidos quedan envueltos por la obra, lo cual deja pocas posibilidades de distracción y hace, a su vez, que al menos por los breves instantes que nos encontramos dentro de ella, salgamos de lo cotidiano y lo ordinario, para encontrarnos sin mayor esfuerzo en el mundo de lo extraordinario.

Referencias

BENJAMIN, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. México: Ítaca.

BRINGAS, M. (2014). El arte de la instalación en educación infantil. Tesis de maestría, Universidad de Cantabria. Disponible en: <repositorio.unican.es/xmlui/bitstream/handle/10902/5623/BringasLopezMarina.pdf?sequence=1>.Ir al sitio

ECURED (s/f). Instalación artística. Disponible en: <www. ecured.cu/index.php/Instalaci%C3%B3n_art%C3% ADstica> Ir al sitio [consultado: 21 de agosto de 2015].

LARRAÑAGA, J. (2006). Instalaciones. Donostia-San Sebastián: Nerea

LEMARRROY, M. S. (2004). Lü: El cuerpo efímero. Tesis de licenciatura, Universidad de las Américas Puebla. Disponible en: <catarina.udlap.mx/u_dl_a/tales/documentos /lap/lemarroy_g_ms/capitulo3.pdf>.Ir al sitio

OTERO, F. (2015). El arte del ready-made. En Correo del Maestro, núm. 231 (agosto), pp. 52-56.

NOTAS

* Licenciada en Comunicación Visual por la Universidad de la Comunicación y maestra en Arte: descodificación y análisis de la imagen visual por el Instituto Cultural Helénico. Posee experiencia docente de más de trece años en diversas instituciones privadas de educación superior, así como un año de experiencia en bachillerato del ITESM.
Créditos fotográficos

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