Los héroes que nos dieron patria
FRANCISCO OSORNO:
¿BANDOLERO O INSURGENTE?

Andrés Ortiz Garay[*]



Esta entrega de la serie abre una interesante disyuntiva. En los artículos anteriores se ha propuesto incluir en la rememoración de la Independencia de México a caudillos insurgentes poco reconocidos y a mujeres que ofrendaron vida, fortuna y paz por la causa libertaria. Pero en esta y las próximas entregas, se plantea la necesidad de ahondar en las complejidades del nacimiento de la nación abordando la actuación de otros: los rebeldes vengativos, los jefes realistas convertidos en mexicanos, los intelectuales armados con tinta y discurso. ¿Héroes o antihéroes? Habrá que adentrarse en la lectura para descubrirlo.




c Los héroes que nos dieron patria. Francisco Osorno: ¿bandolero o insurgente?

Es bien sabido que al comenzar la insurrección en Dolores, la noche del 15 de septiembre de 1810, aun antes de dar “el Grito”, el primer acto ordenado por Hidalgo y Allende fue liberar a los presos detenidos en la cárcel del pueblo para incorporarlos como primeros soldados de la insurgencia. Esto se repetiría en todas las poblaciones que fueron ocupando los insurrectos. Un ejemplo destacado fue el de Agustín Marroquín, el “Capador”, famoso asaltante de caminos que estaba preso en Guadalajara cuando los primeros insurgentes la tomaron; Marroquín se convirtió en jefe de la escolta personal de Hidalgo y fueron célebres sus desmanes, especialmente los asesinatos de españoles realizados con o sin la aprobación de su jefe. Esta temprana incidencia de la actuación de lo que podríamos llamar “profesionales del crimen y la violencia” en el contexto de los movimientos insurgentes se repetiría con frecuencia durante los once años de guerra y aún bastante después, tanto, que sus ecos repercuten hasta nuestros días.

El perfil del “Capador” remite al del sociópata resentido que oportunistamente aprovecha la dislocación revolucionaria para encumbrarse a través de la violencia y el terror. Pero la historia de la revolución de 1810-1821 nos presenta otros ejemplos de más difícil categorización. Chito Villagrán, Albino García y José Francisco Osorno dan nombre y figura a tales ejemplos. Y los conceptos vertidos en la ya clásica caracterización de Eric Hobsbawm (1983) sobre los nexos entre el “bandolero social” y la guerra revolucionaria, así como las precisiones de Eric Van Young (2006) sobre lo específico de la guerra de Independencia en México, nos guiarán aquí por el intrincado camino que deslinda el furor vengativo de la conciencia política.

c Caracterización del bandolero social

Por lo general, el bandolerismo social no está organizado más allá del ámbito local y de la banda-gavilla como unidad de acción. Tanto los líderes como el resto de los componentes de esa unidad carecen de una ideología política como principio rector de sus acciones; y, aunque las agrupaciones de bandoleros tengan la capacidad de convertirse en parte de un movimiento guerrillero más sostenido, esto sólo sucede en ciertos contextos, cuando se convierten en participantes de un movimiento mayor que sí tiene un programa político.

El bandolerismo social, fenómeno universal y que permanece virtualmente igual a sí mismo, es poco más que una protesta endémica del campesino contra la opresión y la pobreza: un grito de venganza contra el rico y los opresores, un sueño confuso de poner algún coto a sus arbitrariedades, un enderezar entuertos individuales. Sus ambiciones son pocas: quiere un mundo tradicional en el que los hombres reciban un trato de justicia, no un mundo nuevo y con visos de perfección. Se convierte en epidémico, más bien que endémico, cuando una sociedad campesina que no conoce otra forma mejor de autodefensa se encuentra en condiciones de tensión y desquiciamiento anormales. El bandolerismo social carece prácticamente de organización o de ideología, y resulta por completo inadaptable a los movimientos sociales modernos. Sus formas más desarrolladas, que lindan con la guerra nacional de guerrillas, se dan poco, y resultan, por sí solas, ineficaces (Hobsbawm, 1983, p. 15).



El bandolerismo social no está organizado; tanto los líderes como el resto de los componentes de esa unidad carecen de una ideología política como principio rector de sus acciones



La cuadrilla de bandoleros comunes es poco numerosa y, en buena medida, se mantiene unida por el prestigio personal de su jefe. En ocasiones, ese prestigio adquiere la forma de una ostentosa riqueza producto del éxito de sus fechorías;[1] y constituye un mecanismo ambiguo (ya que simboliza el poder): iguala al bandolero con la clase dominante a la que presuntamente se opone, pero a la vez lo mantiene separado de ella porque sus fuentes son diferentes y porque puede servir de muestra a las aspiraciones de elevarse socialmente por encima de la pobreza y la condición de sumisión de la mayoría.

…paradójicamente, la ostentación en el gasto por parte del bandolero, como los Cadillacs chapados de oro y los dientes incrustados de diamantes del arrapiezo que ha llegado a campeón del mundo de boxeo, sirve para vincularse a sus admiradores, y no [par]a separarle de ellos, siempre y cuando no se aleje demasiado del papel heroico que le ha sido impartido por las gentes (Hobsbawm, 1983, p. 41).

Lo mismo sucede con la violencia y crueldad que distinguen la vida del bandolero, porque éste actúa como brazo de la venganza justiciera y porque el poder lo enfrenta y trata de acabar con él, debido a que su “misión” es destruir a hierro y fuego lo que amenaza al bienestar del pueblo bajo.

Esta es la razón por la que el bandolero es a menudo destructor y salvaje hasta un punto que rebasa los límites impuestos por su mito, el cual destaca fundamentalmente su carácter justo y su moderación al prodigar la muerte. La venganza, que en periodos revolucionarios deja de ser cosa privada para convertirse en asunto de clase, requiere sangre, y el espectáculo de la iniquidad destrozada puede embriagar a los hombres (Hobsbawm, 1983, pp. 45-46).


La violencia y crueldad distinguen la vida del bandolero porque actúa como brazo de la venganza justiciera



En el mundo premoderno, los periodos de quiebre del equilibrio social tradicional propician el ascenso de la figura del bandolero social cuando las hambrunas, guerras, revoluciones y otras afectaciones del dinamismo capitalista sobre las comunidades tradicionales crean escenarios favorables para ese ascenso. Así: “En épocas de revolución, cuando las cuadrillas se convierten en virtuales unidades de guerrilla, llegan a formarse grupos aún mayores, de unos centenares de hombres” (Hobsbawm, 1983, p. 35). Por ejemplo, este fue el caso de los arrieros y rancheros involucrados en el contrabando, luego de que en 1764 el gobierno virreinal acaparó el cultivo, transformación y comercio del tabaco, lo que también afectó a los productores indígenas y a los pequeños comerciantes, y entonces su inconformidad se agregó a otras causas determinantes para el levantamiento popular contra la Corona española que sucedió unas décadas después.

Hay que considerar, además, que no sólo hubo bandoleros entre los pobres y los campesinos, sino también entre quienes de alguna manera se unieron y sirvieron a los intereses de los grandes terratenientes, mineros y comerciantes opresores, y asimismo los que podríamos llamar “bandoleros de Estado” (aunque a estas categorías no se les cante ni alabe en el recuerdo popular). Esta especie de bandolerismo institucional fue practicado por el coronel Agustín de Iturbide durante su mando en el Bajío y aún después cuando, ya siendo jefe trigarante, llevó a cabo el hurto de la plata de un convoy con destino a Acapulco para chantajear al virrey Apodaca. Otros jefes realistas actuaron de esa misma manera, entre ellos el brigadier José de la Cruz (comandante de la intendencia de Guadalajara) y el mismísimo Félix Calleja. Las caóticas circunstancias del estado de crisis en Nueva España llevaron a cambios de bando y retruécanos muy similares a los que Hobsbawm describe para los bandoleros sociales y antisociales de otras partes del mundo.

Clientelas señoriales, guardias, soldados mercenarios, provienen […] no pocas veces de la misma cantera que los bandoleros sociales. Además, […] un tipo de bandolero puede fácilmente convertirse en otro tornándose el ladrón y contrabandista generoso en bandolero protegido por el cacique local. El estado rebelde a nivel individual es de por sí fenómeno socialmente neutro, y por lo tanto refleja las divisiones y las luchas internas de la sociedad (Hobsbawm, 1983, pp. 27-28).

Con el estallido de la insurrección de 1810, las bandas de salteadores comenzaron a operar en territorios más amplios (fuera de sus distritos tradicionales) y se integraron por un número mayor de miembros. A la ya de por sí caótica situación que motivaba y posibilitaba la actuación de las gavillas, se agregaron las incesantes exigencias realistas de contribuciones y servicios sobre la población, el reclutamiento por medio de levas, las deserciones en las milicias y el ejército regular, así como la política de aldeas estratégicas (que ya he tocado en artículos anteriores). Todo ello actuó como incentivo para que mucha gente se sumara a las gavillas merodeadoras, ya fuesen éstas de delincuentes ordinarios, hombres dispuestos a vengar ofensas, o de quienes estaban genuinamente convencidos de servir a la causa política de la insurgencia, y además esto operaba en función de la ayuda y protección que les brindaba la población rural.


Con el estallido de la insurrección de 1810, las bandas de salteadores comienzan a operar en territorios más amplios y compuestas por un número
mayor de miembros



Lo que dice Van Young en su monumental obra La otra rebelión es muy ilustrativo para nuestra definición del bandolero en el contexto de la insurgencia:

Debido a su carácter violento y disyuntivo, las rebeliones inevitablemente atraen a sujetos socialmente marginales: delincuentes, sociópatas y los sempiternos descontentos. Las redes normales y las restricciones sociales que en tiempos de paz actúan neutralizando, integrando o disfrazando cierto tipo de actividades o personalidades que la sociedad desaprueba se sacuden o se disuelven cuando las masas de gente se levantan en armas contra el Estado y éste reacciona para defenderse. Se abre entonces un espacio social para el desarrollo de las fantasías privadas, los impulsos agresivos, las vendettas y otro tipo de comportamientos antisociales, que conforman la situación de caos generada por la rebelión política y que se traslapan o se combinan con la violencia de fundamento ideológico. Bajo determinadas circunstancias puede ocurrir que estos individuos, mediante la peculiar alquimia del levantamiento armado y la mitificación retrospectiva, surjan como héroes populares y patrióticos. Como parte de este proceso, la rebelión y la revolución tienen la fórmula para transformar el cobre de la codicia y la ambición en el oro del desinterés patriótico, la vanidad en destino, el sadismo y la brutalidad en la severidad justificada. Algunas de estas transformaciones tienen lugar después de que han ocurrido los hechos, o bien son más aparentes que reales; pero ¿quién podría afirmar que no hay algunas auténticas? (2006, p. 336).

Para los casos de varios bandoleros-insurgentes, es claro que su actuación se dio en el marco de uniones tipo clan en contextos rurales. Los Osorno, Villagrán y Anaya fueron grupos familiares que ejemplifican esta tendencia, en la que, además de los lazos de sangre, contribuían el relativo aislamiento geográfico y económico de sus regiones de origen y el poco peso de las autoridades políticas centrales. Estas condiciones reforzaban el poder de los patriarcas rurales y la cohesión del clan. Cuando la insurrección estalló, la participación de esos clanes contribuyó a impedir o al menos a estorbar el surgimiento de un mando insurgente políticamente unificado.

c Departamento del Norte

Con la designación de división del Norte, los mandos insurgentes se referían a una amplia región que incluía los llanos de Apan (y sus inmediaciones cercanas a la Ciudad de México), la sierra de Puebla y la zona costera del norte de Veracruz, donde el movimiento independentista iniciado por Hidalgo y sus seguidores contó con una amplia aceptación y tuvo continuidad durante largo tiempo. Esto se debió a que la producción de la región, especialmente la de pulque, quedó en manos de los insurgentes, quienes se beneficiaron –a pesar de la merma ocasionada por la guerra– con la comercialización de esta bebida. El más conspicuo de los jefes insurgentes del departamento del Norte fue José Francisco Osorno, quien mantuvo su autonomía con respecto a otros líderes insurgentes, a pesar de que manifestó tempranamente su adhesión a la Suprema Junta Nacional Americana y se convirtió en un aliado de su principal dirigente, Ignacio López Rayón.[2] Con el general Morelos también tuvo comunicación, a pesar de que no acudió en su ayuda cuando estaba sitiado en Cuautla a principios de 1812 (y bien lo podría haber hecho, ya que contaba con una fuerza cercana a cuatro mil hombres de caballería). Su base principal fue Zacatlán (donde tenía una fundición para cañones y fabricación de parque, así como un hospital para la atención de enfermos y heridos), poblado desde el cual dominaba una amplia zona que abarcaba hasta las cercanías de la capital novohispana.



La base principal de José Francisco Osorno fue Zacatlán, donde tenía una fundición para cañones y fabricación de parque, así como un hospital para la atención de enfermos y heridos



Los hermanos Cayetano, Juan Pablo y José Mariano Anaya, encabezados por este último, fueron los primeros insurgentes que convocaron a la insurrección en la región. No eran de allí, sino que provenían de la región de Huichapan (en el actual estado de Hidalgo) y decían ser comisionados de Hidalgo y Allende para defender la religión y al rey porque los gachupines habían llamado al francés “Buena Parte” para que viniera a acabar con todos los criollos. Les siguió un tal Antonio Centeno con 65 hombres bien armados, quienes recorrieron la zona de Apan y, en un acto inusitado, se despojaron de sus armas para visitar al Cristo venerado en el santuario de San Antonio Singuilucan, donde el cabecilla regaló al cura local una charola de plata para que revistiera la cruz de la santa imagen; a cambio liberó a los presos para unirlos a su banda y se llevó el dinero que había en el estanco de tabaco, aunque dejó un recibo en prenda.

cJosé Francisco Osorno

Hacia agosto de 1811, los registros documentales empiezan a dar cuenta de la adhesión de José Francisco Osorno a la causa insurgente. Era nativo de la región, y tanto él como varios de sus parientes tenían cierta influencia en ella:

…poseían ranchos y haciendas y contaban con una amplia red de relaciones clientelares y de familia que le sirvieron de constante apoyo para sus actividades insurgentes. Osorno, quien al decir de [Carlos María de] Bustamante tenía en la comarca fama de “guapo”, había tenido algunos problemas con la justicia colonial antes de iniciarse el movimiento insurgente. Según informa Lucas Alamán en su Historia, había sido ladrón de caminos; Mora registra que durante muchos años se había dedicado al contrabando, y aunque hay sólo un paso, fácil de dar, de esta actividad a la de salteador, afirma que no sabe si Osorno lo dio; en todo caso su reputación resulta dudosa, ya que estuvo varias veces en prisión (Guedea, 1996, pp. 25-26).

La primera acción sobresaliente de Osorno prefigura lo que será gran parte de la actuación de sus fuerzas en el teatro de operaciones de Apan. El 30 de agosto de 1811, unos setecientos jinetes entran en Zacatlán y se apoderan de los caudales de las rentas públicas depositados en la casa de gobierno; tras liberar a los presos que había en la cárcel, la acción se torna violenta y desordenada, con graves saqueos a casas y propiedades de particulares. Al día siguiente, estas escenas se repiten en Santiago Chignahuapan. Carlos María de Bustamante consigna: “Una grita insana, mucha rechifla, grandes carreras por las calles estropeando los caballos, vivas a María Santísima de Guadalupe, y anatema a los españoles, llamados gachupines: he aquí los caracteres con que se anunció la revolución en Zacatlán”. Y José María Luis Mora agrega: “…éstos fueron los primeros ensayos de una revolución de que jamás sacó la nación ventaja alguna” (citados en Guedea, 1996, p. 26).[3]

José Mariano Aldama, sobrino de Juan e Ignacio, y como ellos oriundo de San Miguel el Grande, Guanajuato, acompañaba desde aquella ocasión a Osorno y su gente, pero –según registran Bustamante y Mora– se condujo como antítesis de ellos, pues era “hombre de educación distinguida, maneras suaves y comedidas y probidad bien sentada”. Pronto fue reconocido como jefe de la mayoría de las partidas insurrectas y, aunque éstas se componían de la gente “más viciada del virreinato”, buscó imponerles disciplina al tomar para sí el título de mariscal (al tiempo que Osorno actuaba como teniente general). Ante la amenaza que constituían Aldama y sus tropas, el virrey Venegas envió un fuerte contingente (posiblemente unos setecientos efectivos) al mando del capitán de fragata Ciriaco del Llano, que logró derrotar a los insurgentes en la hacienda pulquera de San Cristóbal Zacacalco y apoderarse de Calpulalpan,[4] donde los realistas también efectuaron un saqueo de la población y cometieron la impiedad de fusilar una imagen de la Virgen de Guadalupe. Del Llano se mostró como un terrible represor de la insurgencia, apoderándose de efectos, siembras y ganados u ordenando la destrucción sistemática de lo que no podían llevarse sus soldados. Una medida que colmó los ánimos de la población y se convirtió en factor importante para el gran apoyo brindado a Aldama y Osorno fue la prohibición de andar a caballo a todo aquel que no tuviese un cargo público avalado por la autoridad realista (septiembre de 1811). Saqueo y quema de aldeas, concentración en poblaciones estratégicas, formación de cuerpos paramilitares contrainsurgentes[5]y ofrecimiento de recompensas por las cabezas de Aldama, Osorno y Ocádiz (otro jefe) fueron la marca de la represión ejercida por ese capitán de fragata.[6]

La división de lealtades a favor de los insurgentes y los realistas cundió pronto por toda la región y pasó por cambios de adhesión en muchas ocasiones y lugares (excepto en tres pueblos indígenas de la periferia regional, Zacapoaxtla, San Juan de los llanos y San Francisco Ixtacamaxtitlán, que se mantuvieron en el bando realista durante toda la guerra). Finalmente, Aldama y Ocádiz fueron asesinados en el rancho de San Blas, por su dueño, José María Casalla, quien habría cobrado una recompensa de dos mil pesos por su felonía; después Osorno se vengó asesinando a su vez a Casalla y exhibiendo su cuerpo descuartizado. Sin embargo, la muerte de Aldama dio al traste con la posibilidad de organizar la insurgencia bajo un liderazgo menos voluble, violento y vengativo que el de Osorno.

Reforzado por Eugenio María Montaño, administrador de la hacienda pulquera de San Miguel Ometusco (que tenía nexos con Los Guadalupes) y por José Miguel Serrano (criado del conde de Santiago en la hacienda de San Nicolás el Grande y quien había asistido a la instalación en Zitácuaro de la Suprema Junta de Gobierno), Francisco Osorno se convirtió en el principal jefe insurgente de los llanos de Apan y de la sierra de Zacatlán tras la muerte de Aldama. “Según Bustamante, Osorno llegó a ser en la región de los Llanos y sus alrededores lo que Albino García fue en el Bajío; a menudo derrotado, reunía de nuevo sus tropas, casi todas ellas de caballería, y tenía en continuo movimiento a sus perseguidores, trasladándose rápidamente de un lugar a otro” (Guedea, 1996, pp. 32-33). El mismo historiador nos dice que este género de guerra hizo sufrir a la región y que “las haciendas se vieron obligadas a tener sus convenios con Osorno, para que les dejase elaborar y conducir el pulque a Méjico, sacando con esto Osorno considerables recursos pecuniarios” (citado en Guedea, 1996, p. 33).

Este apoyo económico fue el que, en grandísima medida, sostendría a Osorno, y con él al movimiento insurgente en la región, durante un periodo un tanto largo y le permitió manejarse con gran autonomía de otros grupos insurgentes, incluidos los de Rayón y Morelos, al tiempo que era tomado en consideración por ellos. Pero también fue lo que concitó su desconfianza y provocó sus críticas. (Guedea, 1996, p. 33).




Francisco Osorno se convirtió en el principal jefe insurgente de los llanos de Apan y de la sierra de Zacatlán tras la muerte de Aldama / Jorge Cázares Campos, Llanos de Apan, Hidalgo, 1972



En abril de 1812, las fuerzas de Osorno ocuparon el Real de Minas de Pachuca, donde se apoderaron de un cuantioso botín de barras de plata y tejos de oro, material que sirvió para acuñar y resellar monedas con la sigla OSRN (que hoy se consideran un tesoro para las colecciones numismáticas); también les posibilitó emplazar una maestranza para fabricar cañones, fusiles y municiones. Además de una larga serie de combates, son muy recordadas dos anécdotas: una es que en la batalla de Tortolitas derrotó a las fuerzas españolas a través de una ingeniosa estratagema consistente en ordenar a un grupo de sus jinetes que marcharan llevando en sus sillas de montar reatas entrelazas que tensaron al cargar arrasando con caballos y soldados enemigos que así desconcertados fueron rematados por la infantería insurgente; la otra es que en abril de 1816, estuvo a punto de apoderarse del nuevo virrey, Juan Ruiz de Apodaca, cuando éste transitaba entre Veracruz y México (sólo se salvó de caer prisionero gracias a la velocidad de su caballo).

Osorno luchó desesperadamente por conservar sus posiciones, sosteniendo frecuentes y reñidos combates con los realistas, pero sus fuerzas mermaron tras la claudicación de varios de sus subalternos. Juzgando insostenible su situación en el departamento del Norte, se dirigió con las fuerzas que le quedaban a Tehuacán para unirse a Manuel Mier y Terán. Tras la caída de esta plaza, Osorno buscó hacerse fuerte en San Andrés Chalchicomula, pero al poco tiempo tuvo que acogerse al indulto y se retiró a vivir primero a Zacatlán y después a Apan. A fines de 1820 fue acusado de conspirar contra el gobierno y se le condenó al destierro en España. Sin embargo, terminó siendo liberado gracias a la amnistía votada por las Cortes españolas que restablecieron la Constitución de Cádiz. Tras la proclamación del Plan de Iguala, Osorno se unió a las fuerzas trigarantes que comandaba Nicolás Bravo y que liberaron Puebla, Tlaxcala, Tulancingo y otras ciudades

Francisco Osorno murió unos años después de la consumación de la Independencia, el 19 de marzo de 1824, en la hacienda de Tecoyuca (su sepultura se ubica en la iglesia de Chignahuapan, Puebla). Desde entonces el recuerdo de su actuación histórica ha oscilado entre considerarlo un insurgente, un bandolero social o un bandolero a secas. Dado que en los actos de violencia colectiva observables durante la guerra de independencia mexicana podemos encontrar una multiplicidad de significados y de nociones subyacentes, el lector de este artículo tiene la última palabra acerca de la pertinencia de categorizarlo como uno de los “héroes que nos dieron patria”.

cReferencias

GUEDEA, Virginia (1996). La insurgencia en el departamento del Norte. Los llanos de Apan y la sierra de Puebla 1810-1816. Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

HOBSBAWM, Eric J. (1983). Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Ariel.

VAN YOUNG, Eric (2006). La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821. Fondo de Cultura Económica.

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “ Áreas naturales protegidas de México”.

  1. Esta característica ha sido común a bandoleros del pasado y del presente; sería interesante comparar esto con las figuras ostentosas de los narcotraficantes actuales.
  2. Goza de cierta fama la aseveración de que Osorno reconocía a todos los jefes y organismos de la insurgencia, pero no obedecía a ninguno.
  3. Bustamante conoció de cerca a los insurgentes de la región de Apan, como advierte con razón Guedea. Tras huir de la capital, se incorporó a la tropa de Osorno a fines de 1812; después de participar en el Congreso de Anáhuac, volvió a Zacatlán en dos ocasiones, la última junto a Ignacio López Rayón. Por lo tanto, sus dichos y descripciones, aparte de tener el sesgo que ha caracterizado a este historiador, pueden tomarse como muy válidos al provenir de un testigo de primera mano.
  4. Poblaciones del distrito de Texcoco.
  5. Por ejemplo, el grupo afiliado a la hacienda de Tlahuelilpan, que tenía por propietario al conde de la Cortina, quien financió un cuerpo cuyos integrantes, según Bustamante, “hacían correrías espantosas, fusilaban, robaban y hacían a su antojo todo lo que les venía en gana, seguros de que el virrey todo pasaba” (citado en Guedea, 1996, p. 30).
  6. También mandó aprehender a la esposa y las hermanas de Osorno, con lo cual extendió la represión al sector de no combatientes de sexo femenino.
c Créditos fotográficos

-Imagen inicial: Anaximandro Pérez en buzos.com.mx

-Foto 1: Tomado de www.lugares.inah.gob.mx/es/museos-inah/museo/museo-piezas/8456-8456-10-40384-asaltantes-de-caminos.html?lugar_id=1800&item_lugar=475&seccion=lugar

-Foto 2: Dominio público www.wikiart.org/en/francisco-goya/attack-on-a-coach-1793

-Foto 3: twitter.com/PGaleanaH/status/1440319660436574209/photo/1

-Foto 4: www.mexicoenfotos.com

-Foto 5: twitter.com/DiariodeMorelos/status/1216041479711461377

CORREO del MAESTRO • núm. 318 • Noviembre 2022