El papel de los clásicos
en la pedagogía
INDAGACIONES EN LA OBRA DE
ENRIQUE MORENO Y DE LOS ARCOS

Alexandra Peralta[*]

El acervo cultural es el conjunto de bienes culturales que comparten un grupo de individuos. Estos bienes les permiten identificarse y saber de sí mismos, de los otros y de su historia, y así entender su presente e imaginar su futuro. Toda disciplina o quehacer científico se sostiene en un acervo que es al mismo tiempo herencia, legado del pasado y guía para la acción, es decir, en estricto sentido, su patrimonio cultural. En este texto su autora nos presenta el reconocimiento de un bien común que pertenece, o debiera pertenecer, a la comunidad pedagógica mexicana. Nos narra, a partir de su visita a la obra de Enrique Moreno y de los Arcos, la herencia legada por un pedagogo que es un referente obligado en la formación profesional de un gremio que hace del patrimonio cultural su tarea y práctica cotidiana; de ahí la importancia que tiene reconocer la vida y obra de este autor como una lección indiscutible de educación patrimonial.

Un clásico es un libro que nunca termina
de decir lo que tiene que decir
.

ITALO CALVINO

El papel de los clásicos en la pedagogía. Indagaciones en la obra de Enrique Moreno y de los Arcos

Resulta una labor particularmente compleja emprender una reflexión sobre la obra de un maestro que no dejó sino huellas, vestigios de sus profundas y eruditas indagaciones en torno a la educación y la pedagogía. Mi propósito es partir de ciertas pistas (comentarios, reiteraciones, o bien, ideas sugeridas) que se pueden hallar en sus ensayos respecto a un tema que parece estar presente, aunque de manera implícita, a saber, la función de los clásicos en la pedagogía.

Comenzaré evocando un problema que Enrique Moreno y de los Arcos (2002a y 2002b) abordó en dos artículos de la revista Paedagogium: la crisis en la educación nacional y la crisis en la disciplina denominada pedagogía. A decir del autor, uno de los factores de la coyuntura actual ( entendida en el sentido griego de decisión) es la carencia de especialistas en educación. Afirma: “Por causas muy diversas –no imposible de historiar, aunque no es ése nuestro propósito actual– los auténticos pedagogos constituyen, al parecer, una especie en extinción. Y cuando una especie abandona espacios, los deja a otras especies” (2002a: 5).

Dichas causas parecen estar dispersas en los artículos de Moreno y de los Arcos, pero no son materia de este texto. Antes bien, me parece relevante indagar el sentido de la expresión “los auténticos pedagogos”. ¿A quiénes se refiere? ¿Cómo son? ¿Cuál es su formación y “perfil”? Podemos suponer que, como ha mencionado antes, son los especialistas en cuestiones educativas, de manera que ya hemos comenzado a develar el significado.

Dr. Enrique Moreno y de los Arcos


Enrique Moreno analiza en “La crisis de la pedagogía” (2002a) que existen cuatro errores que suelen cometer los pedagogos: la facundia irrestricta, la preterición histórica, la confusión teórica y la incuria metodológica. En pocas palabras, tales desaciertos se reducen a la ignorancia. ¿Ignorancia de qué? Responde: de dos aspectos fundamentales para los que nos dedicamos a esta disciplina, el lenguaje y la historia. En efecto, es posible observar en los ensayos de nuestro autor un constante señalamiento sobre la relevancia de conocer la procedencia de los términos y conceptos, así como de las prácticas y las teorías. Al respecto, es conocido su lúcido ensayo Pedagogía y ciencias de la educación, cuyo núcleo problemático es la discusión sobre la pertinencia del uso de dichos términos y una sentida defensa de la palabra pedagogía, que implica a la vez tanto la tradición griega recuperada por los latinos, como la alemana (Moreno, 1999, 2002b). En el mismo tenor se puede recordar el artículo “Plan de Estudios y ‘Currículum’” (Moreno, 2002c).

En ambos ejemplos el problema se relaciona con la falta de conocimiento tanto del lenguaje, es decir, la etimología y uso de los términos, como de los pensadores que a lo largo de la historia han revivido y resignificado las palabras y reflexiones que se forjaron en la ya lejana y culta Grecia. Asimismo, Moreno y de los Arcos insiste en la necesidad de la indagación histórica, del acercamiento constante a los autores que han ocupado un lugar en el devenir de nuestra disciplina, es decir, de nuestros clásicos, los clásicos de la pedagogía.

Entramos aquí en un terreno más o menos inhóspito, porque en los ensayos de Enrique Moreno se encuentran múltiples referencias a autores y obras que, en la mayoría de los casos, resultan ser poco variables. Existe, pues, un cúmulo identificable de pensadores que constituyen el núcleo de la reflexión sobre educación, por tanto, de la disciplina pedagógica. Si bien podemos identificar un cierto eje, hemos de tener en cuenta que el propio autor no profundiza ni afirma que tales sean “los clásicos de la pedagogía”. No obstante, tomaré el riesgo de afirmarlo porque puede resultar útil para aproximarnos a la obra de Moreno y de los Arcos.

En el Breve diccionario etimológico de la lengua española, en la entrada ‘clásico’ se afirma que dicho término refiere a lo “principal, notable; modelo digno de imitación; relativo a la literatura o al arte de la antigüedad griega y romana” (Gómez, 2000). En efecto, un clásico es, en este caso, un libro notable, en tanto que constituye una fuente inagotable de reflexión y un punto de referencia obligatorio para todo aquel que se considere versado en tal o cual disciplina. Los clásicos no son sólo las obras de la antigüedad sino que abarcan cualquier época, puede haber clásicos modernos.[1]

Siguiendo el consejo de Moreno y de los Arcos, conviene detenernos en el concepto de clásico y señalar brevemente su procedencia. Se ha rastreado el origen del término en la obra de Aulo Gelio, escritor latino del siglo II d. C., quien emplea metafóricamente el adjetivo classicus (cuya primera acepción era económica)[2] para designar a los autores que destacaban por escribir correctamente y que servían, por lo tanto, de modelo. En un primer momento, los autores considerados classici poseían tres características: eran latinos, antiguos y usaban la lengua con corrección gramatical. De acuerdo con García Jurado, no sería sino hasta el humanismo, en el siglo XVI, cuando reaparecería el término clásico en el sentido de una obra digna de estudiarse. Y en el siglo XVIII, dicho concepto designó a los autores grecolatinos. Podemos observar que en su trayectoria histórica, el término se ha vinculado a ‘lo que tiene que ser aprendido’, porque son obras que se consideraron paradigmas no sólo en términos de escritura, sino porque expresaban “los más altos valores humanos y artísticos” (Curtius, 1955, I, 385 apud Alonso, 2003). Sin embargo, tal palabra ha expandido su significado:


Actualmente, en total independencia de la Antigüedad Clásica, el término clásico remite a obras que ostentan valores tanto éticos como estéticos que trascienden su propia época y que, por ende, tienen un carácter paradigmático, y designan también el periodo histórico en el que fueron creadas. Consecuentemente, la palabra clásico se refiere a las máximas expresiones culturales de un pueblo, a sus obras y sus autores, pero también a la culminación de un determinado género literario o movimiento artístico-cultural (Alonso, 2003).


Así, el uso que actualmente le damos al término clásico implica no sólo el valor estilístico de una obra sino también otra dimensión fundamental, a saber, la pragmática, en la cual se pone de relieve la relación entre la obra considerada clásica y el lector. Esta perspectiva surgió a partir de la reformulación de dicho concepto en la década de los ochenta del siglo pasado, dado que se enfatizaba la idea de un criterio personal de selección de las obras clásicas. Al respecto, García Jurado señala que “Calvino propone un concepto diferente y relajado de la idea de clásico que se aleja de los cánones y las convenciones para acercarse decididamente a un acto de elección personal” (2010: 291). En efecto, el escritor y ensayista italiano presenta la idea de la conformación de una biblioteca personal, que estaría compuesta por lecturas ligadas a la vida. Así se afirma en la undécima definición de clásico que propone Calvino: “Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él” (2009: 17 ).

Otros autores modernos también han señalado esta característica, por ejemplo, Borges apunta lo siguiente: “clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las diversas generaciones de los hombres, urgentes por diversas razones, leen con previo fervor y con misteriosa lealtad” (1980: 282).

En el mismo tenor, podemos considerar otra definición de Italo Calvino cuando afirma: “Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual” (2009: 14).

Es preciso observar que en ambas consideraciones está presente la idea de una cierta atracción provocada por el texto clásico, una especie de seducción inherente a algunas obras. Ahora bien, un concepto ligado al de lo clásico es el de canon. Los filólogos alejandrinos realizaron el primer canon con las obras que se consideraban ejemplares (Alonso, 2003: 2-3). Cada época rehace la lista, puesto que las obras literarias juegan asimismo un papel en relación con los contextos sociales e históricos.

Existen pues, cánones también en las disciplinas, los cuales designan los textos fundamentales para conocer, comprender y profundizar en los problemas de las distintas áreas del conocimiento. Así, es posible pensar que hay un canon de obras que todo pedagogo debe conocer o, más bien, querer conocer. En este caso, podemos entender claramente lo que Calvino decía respecto a leer algunos clásicos por deber en la escuela, pues sólo de esta manera se puede comenzar a reconocer los propios clásicos (2009: 16).

Ciertamente, los clásicos tienen una utilidad, sirven para comprender quiénes somos y a dónde hemos llegado. Dichas obras nos ayudan a entendernos a nosotros mismos y a nuestra sociedad. Nuestros clásicos nos definen. Por este motivo es importante no sólo que como individuos identifiquemos las obras clásicas sino en tanto pedagogos, esto es, en tanto miembros de una comunidad con intereses similares. Al respecto, podríamos interpretar el papel de los clásicos en la pedagogía: nos ayudan a entendernos como estudiosos de la educación, pertenecientes a una tradición.

Las obras clásicas siguen vivas, se actualizan cada vez que las leemos. Así, los clásicos de la pedagogía no pierden vigencia porque siempre sirven para pensarnos y para pensar la educación. Cabe pues preguntarnos ¿cuáles serían esos clásicos? Me parece que podemos reflexionar esta cuestión a partir de considerar los que podrían ser los clásicos de la pedagogía según Enrique Moreno.


Platón

Plutarco

Clemente de Alejandría

Jean-Jacques Rousseaus

Immanuel Kant

Johann Friedrich Herbart

Paul Natorp

Gregorio Torres Quintero


Desde luego, tales autores pueden considerarse clásicos en nuestra disciplina porque han contribuido a configurarla y porque aún nos provocan reflexiones o críticas. De hecho, es posible advertir que en los ensayos de Moreno y de los Arcos se insiste en la necesidad de comprender aspectos muy puntuales de las obras clásicas para comprender nuestra situación actual.

Retomando la interrogante inicial sobre “los auténticos pedagogos”, podemos pensar que tales profesionistas podrían llegar a tener una sólida formación si en ésta se incluye la lectura y relectura de los clásicos y el aprecio e interés por el lenguaje y la historia. Ambos aspectos evidentemente vinculados. Además, sería tarea de cada pedagogo conformar su propia biblioteca pedagógica, en la cual figurarían aquellos textos apreciados e inolvidables que han contribuido a nuestra formación como profesionales.

Ahora bien, conviene observar que el desconocimiento de la historia conlleva la ignorancia sobre el origen o la precedencia, cuyo resultado no es sino la carencia de identidad. Parece que tal podría ser una de las causas, ciertamente no la única ni la preeminente, de la constante indagación sobre la identidad del pedagogo. Conocer el origen o bien emprender una genealogía es una tarea irreprochable de todo sujeto. En este caso, comprender la historia de nuestra disciplina nos permite identificarnos o no con una tradición o asumir cierta perspectiva teórica. El pedagogo, que inició su aventura histórica como esclavo en Grecia, no sólo fue transformando su oficio sino que, en el devenir de la historia, llegó a formular reflexiones filosóficas en torno a la educación, inaugurando así la pedagogía.[3]

De modo que “los auténticos pedagogos” podrían ser aquellos que afirman una tradición que procede de Grecia y que se reapropia en Alemania, la cual transita hasta México. Su formación habría de ser sólidamente humanística, con un papel fundamental de los clásicos, porque, como hemos mencionado, son estas obras las que nos definen y nos ayudan a comprender nuestra época. Esta formación requiere entonces de lectura y escritura, porque, como afirma el filósofo español Jorge Larrosa respecto al estudio:


La lectura está al principio y al final del estudio. La lectura y el deseo de la lectura. Lo que el estudio busca es la lectura, el demorarse en la lectura, el extender y el profundizar la lectura, el llegar, quizá a una lectura propia. Estudiar: leer, con un cuaderno abierto y un lápiz en la mano, encaminándose a la propia lectura. Sabiendo que ese camino no tiene fin ni finalidad. Sabiendo además que la experiencia de la lectura es infinita e inapropiable. Interminablemente (2013: 12).


La crisis de la pedagogía a la cual se refería Moreno y de los Arcos tenía que ver con el olvido o reemplazamiento de una tradición y con el descuido de la lectura como actividad formativa. Al respecto, el autor sostenía que: “Tenemos que ser muy precavidos, porque evidentemente estamos abandonando nuestra propia tradición cultural sólo porque no coincide con la tradición cultural del país más poderoso de la tierra” (2002b: 6).

Finalmente, a manera de conclusión de este breve escrito, es posible identificar en los ensayos de Moreno y de los Arcos que hemos referido, algunos textos clásicos de la pedagogía. En su obra ensayística, me parece que Moreno ha dejado indicados varios temas urgentes para los pedagogos, de los cuales considero dos: la idea de que un eje para el estudio y comprensión de nuestra disciplina es la historia; la segunda cuestión no es tanto una idea sino una tarea: la lectura de los clásicos y la conformación de una biblioteca personal. Probablemente al considerar este legado podamos, por un lado, eliminar la ignorancia antes señalada; y por otro, efectuar una reflexión crítica sobre el futuro de la disciplina, la cual, en mi opinión, sigue estando en crisis.

Referencias

ALONSO, M. N. et al. (2003). Sobre el concepto de lo clásico. En Atenea, núm. 488. Disponible en: <www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-04622003048800002&script=sci_arttext> Ir al sitio.

GÓMEZ, G. (2000). Breve diccionario etimológico de la lengua española. México: FCE.

BORGES, J. L. (1980). Sobre los clásicos. En Nueva antología personal. Barcelona: Bruguera.

CALVINO, I. (2009). Por qué leer los clásicos. En Por qué leer los clásicos. Madrid: Siruela (Biblioteca Calvino).

GARCÍA, F. (2010). La ciudad invisible de los clásicos. En Nova Tellus, vol. 28, núm. 1, pp. 271-300.

LARROSA, J. (2013). La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación. México: FCE.

MORENO y de los Arcos, E. (1993). Biblioteca Pedagógica. En Principios de pedagogía asistemática. México, UNAM, pp. 161-164.

—— (1999). Pedagogía y ciencias de la educación. México: Colegio de Pedagogos de México / Seminario de Pedagogía Universitaria.

—— (2002a). La crisis de la pedagogía. En Paedagogium. Revista Mexicana de Educación y Desarrollo, año 2, núm. 11 (mayo-junio), pp. 4-8.

—— (2002b). Sobre el vocablo pedagogía. En Paedagogium. Revista Mexicana de Educación y Desarrollo, año 2, núm. 12 (julio-agosto), pp. 4-6.

—— (2002c). Plan de estudios y ‘Currículum’. En Paedagogium. Revista Mexicana de Educación y Desarrollo, año 3, núm. 14 (noviembre-diciembre), pp. 3-6.

NOTAS

* Licenciada en Pedagogía y en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Maestra en Filosofía por la misma institución. Profesora del Colegio de Pedagogía, FFyL, UNAM.
  1. Es conveniente recordar el texto de Italo Calvino Por qué leer a los clásicos (Madrid, Siruela, 2009).
  2. Aulo Gelio tomó el término classicus del vocabulario social y político romano. Dicho concepto designaba a la primera clase (censados con un patrimonio de 125 000 ases o más). Vid. García, 2010: 275-276.
  3. Para conocer los detalles, infortunios y recuperaciones puede consultarse Moreno, 2002b.
Créditos fotográficos

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