Batallas históricas INDO: LA MARCHA DE LOS BÁRBAROS Andrés Ortiz Garay[*] ![]() Durante mucho tiempo, en las lenguas escritas con caracteres latinos, árabes o chinos, la palabra mongol fue sinónimo de demonio, destrucción, violencia, por lo que suscitaba un profundo terror entre quienes la leían… o la oían pronunciar. Afortunadamente, en tiempos recientes varios estudios han efectuado una revaluación del papel jugado en la historia mundial por el imperio de Gengis Kan y sus descendientes. Batallas históricas. Indo: La marcha de los barbaros
Los chinos de la dinastía Qing (de origen manchú) conquistaron Mongolia a fines del siglo XVII y la dominaron hasta su caída en 1911. Luego, durante gran parte del siglo XX, el territorio mongol, a pesar de ser nominalmente independiente, fue agriamente disputado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y China (la primera mantuvo allí importantes bases militares). Con la desaparición de la URSS, lo que se conocía como Mongolia Exterior alcanzó su independencia plena cuando se fundó la república de Mongolia (1992). Aparejado a esta reconstitución nacional, resurgió la figura heroica de Gengis Kan y del imperio que fundó. Esta nueva valoración histórica de los antiguos mongoles surgió tanto de las reivindicaciones patrióticas de los actuales, como de la realización de investigaciones históricas por estudiosos nacionales y extranjeros. Tales indagaciones han permitido conocer, por ejemplo, La historia secreta de los mongoles, obra en la que luego se han basado varios libros alineados con la tendencia actual de enfatizar los aspectos constructivos del Imperio mongol y no tanto los destructivos, que anteriormente eran los que se ponían más de relieve.[1] ![]() La versión que conocemos de La historia secreta… es una transcripción del documento original[2] al idioma chino hecha durante la dinastía Ming (hacia 1370), cuando los mongoles ya no eran el elemento dominante en China. Se sabe que, al traducir del mongol a la escritura silábica china, una parte de los significados originales se perdió, pero aun así se publicaron los resultados de la restauración del texto entre 1915 y 1985. Esos trabajos presentan problemas lingüísticos y geográficos que no se han resuelto adecuadamente; sin embargo, la historia está ahora disponible en varias lenguas modernas. Si bien persiste el debate sobre cuánta verdad y cuánta ficción hay en la obra, es prácticamente seguro que, en lo esencial, su contenido se basa en hechos reales, ya que éstos concuerdan con lo relatado en varias obras persas, árabes y chinas de los siglos XIII al XV. Además, para la reconstrucción de la historia mongola también se cuenta con un puñado de obras de cronistas europeos –como Giovanni di Pian di Carpine, Guillaume de Rubruck o el afamado Marco Polo– que recorrieron partes del Imperio mongol en tiempos en que reinaban allí los hijos y nietos de Gengis Kan.[3] Pero, de todos modos, la historia del Imperio mongol está envuelta en la polémica. Por ejemplo, se ha aseverado muchas veces que fue el imperio terrestre de mayor tamaño que haya existido jamás: Además de sus armas, el soldado mongol llevaba consigo su deel (la casaca tradicional de lana que llega hasta las corvas), pantalón, sombrero de piel con orejeras y botas gruesas. Con esto se protegía de los fríos de montañas y desiertos. Portaba también pedernales para encender fuego, cantimploras de piel para agua y leche, limas para afilar flechas y dagas, agujas, cuchillo, hacha de mano y lazo para atrapar animales o prisioneros. Los pelotones de diez hombres se acomodaban en una tienda común. El ejército mongol estaba organizado en pelotones (arban) de 10 hombres, escuadrones (jagun) de 100, regimientos (mingan) de 1000 y divisiones (tumen) de 10 000. Generalmente, un ejército en campaña constaba de al menos tres tumen. Cada unidad obedecía las órdenes de oficiales transmitidas a través de señalizaciones por medio de banderas. A fin de cuentas, los mongoles no fueron superiores a sus enemigos porque tuvieran mejor armamento o fuesen más valientes, sino porque refinaron a su máximo el milenario modo de guerrear de la estepa y lo convirtieron en una forma de combatir con cohesión, disciplina y una absoluta lealtad hacia sus comandantes. ![]() Guerrero mongol ![]() Página de una edición china de 1908 de La historia secreta de los mongoles … Los cascos de los caballos de los guerreros mongoles chapotearon en las aguas de todos los ríos y lagos desde el océano Pacífico hasta el mar Mediterráneo. En el momento de su máximo apogeo, el imperio abarcaba entre 17 y 19 millones de kilómetros cuadrados de territorio contiguo, la superficie aproximada del continente africano y una extensión mucho mayor que toda Norteamérica, entendida como el conjunto de Estados Unidos, Canadá, México, América Central y las islas del Caribe. Se extendía de la nevada tundra siberiana a las calurosas llanuras de la India, de los arrozales de Vietnam a los trigales de Hungría, y de Corea a los Balcanes (Weatherford, 2006: 16). Sin duda, este autor exagera, pues en realidad la superficie de África tiene algo más de treinta mil kilómetros cuadrados, y la de Norteamérica, sin contar las islas caribeñas, unos veinticuatro mil, así que el Imperio mongol no llegó a alcanzar las proporciones que él indica. Sin embargo, es cierto que abarcó una inmensidad y que los mongoles conquistaron más territorios y pueblos en menos de un siglo que los romanos en cuatro. Por otro lado, vemos que ya desde el nombre mismo dado al conjunto de tribus mongolas se presentaron divergencias, pues se les ha llamado tártaros, mugales, moales, mogoles o mongoles; pero, en todo caso, pareciera que hasta hace no mucho permanecía el eco del pánico y el rechazo que cualquiera de esos nombres despertaba entre los pueblos europeos y asiáticos de los siglos XIII y XIV.[4] Como a lo largo del texto hay muchas referencias al personaje, más que dar datos sobre su vida diré lo siguiente: Gengis Kan respondía a la lealtad de sus guerreros conservándoles la vida lo mejor posible. En general, no se maltrataba al soldado mongol ni se le pedía que sacrificara su vida sin sentido; de cierta manera, era un objetivo estratégico preservar la vida de sus guerreros. Gengis no dio muerte a ninguno de sus hijos, ministros o generales, por lo cual se le podría considerar como mejor persona que otros gobernantes o dictadores de origen europeo. Tampoco se sabe que haya ejecutado a embajadores a sangre fría o que torturase a los cautivos por puro placer. Debemos recordar que mucho de lo que se ha escrito sobre él y sus conquistas proviene de los relatos dejados en su mayoría por quienes fueron sus antagonistas o sus principales víctimas, así que nada al respecto fue consignado por él mismo o por fuentes mongolas, con excepción de libro al que me he referido antes (una diferencia con, por ejemplo, Julio César, que escribió sus propias memorias de campaña, o con Alejandro Magno, que tuvo en Arriano y Quinto Curcio a unos efectivos apologistas). ![]() Gengis Kan Los modernos empezamos a comprender por qué esta aniquilación sin precedentes de la vida y las obras humanas le valió la vituperación de los musulmanes, igual que su genio sin par le conquistó la veneración de los budistas […] La explicación del misterio reside en la sencillez primitiva del carácter mongol […] Gengis Khan tomaba del mundo lo que necesitaba para sus hijos y su pueblo. Lo hacía por medio de la guerra, porque no conocía otro procedimiento. Y destruía lo que no necesitaba, porque no sabía qué hacer con ello (Lamb, 1949: 188). Aquí me interesa destacar que las conquistas mongolas se caracterizaron por convertir la guerra en un asunto de dimensiones intercontinentales de largo alcance, pues los frentes de ataque abiertos por los ejércitos de los kanes se extendieron a lo largo de miles de kilómetros y de muchos grados de latitud;[5] su modo de combatir resultó letal para los caballeros medievales europeos de pesadas armaduras y arrasó con las tropas islámicas o chinas que estaban menos acorazadas. El brillante uso de velocidad, sorpresa y terror, así como de inusitadas tácticas ofensivas-defensivas en el campo de batalla, posibilitó a los mongoles no sólo derrotar a sus enemigos en campo abierto, sino que, asesorados por especialistas chinos en la guerra de asedio, pronto aprendieron a tomar por asalto a las ciudades bien fortificadas.[6] Otros aspectos interesantes de la guerra al estilo mongol fueron su maestría en la utilización de una propaganda que los presentaba como invencibles; la aplicación del terror como arma sicológica para desmoralizar y vencer al enemigo aun antes de combatirlo; y –cosa que les valió una fama de despiadados e indignos– el empleo de tácticas de lucha que dejaban de lado las pautas de “combate honorable” que supuestamente seguían los nobles y caballeros europeos: Para los mongoles el honor no estaba en el combate; estaba en el triunfo. En todas sus campañas militares sólo tuvieron un objetivo: la victoria absoluta. Para conseguirla no importaba qué tácticas debían emplearse contra el enemigo ni cómo librar o no una batalla. La victoria obtenida mediante la astucia y el engaño o una cruel artimaña seguía siendo una victoria y no ponía en tela de juicio el coraje de los guerreros, pues siempre habría otra ocasión para demostrar su arrojo en el campo de batalla (Weatherford, 2006: 136). Para entender cómo desarrollaron los mongoles su exitosa forma de guerrear en el siglo XIII, retrocedamos en el tiempo para recordar los antecedentes que forjaron el carácter propio y la imagen externa de estos temidos guerreros de las estepas. ▼ Nómadas contra sedentarios
Las leyendas mongolas dicen que su pueblo desciende de un lobo y una cierva; los estudios arqueológicos afirman que hacia el año 800 ya había bandas mongolas que habitaban un valle surcado por las aguas del río Onon, cerca del lago Baikal y las montañas Khenti. Esta gente descendía de los grupos humanos que, entre el retiro de los hielos en la última glaciación (12 mil años antes del presente, A. P.) y el surgimiento de grandes comunidades agrícolas “civilizadas”[7] (7 mil años A. P.), optaron por dedicarse al pastoreo nómada como actividad económica y forma cultural de vida. ![]() Anteriormente se pensaba en una vía evolutiva en la que el pastoreo había precedido a la agricultura; sin embargo, ahora se propone más bien que ésta siguió a la caza-recolección y que fue después de que se desarrollara la agricultura cuando los humanos se diversificaron en pastores nómadas, por un lado, y agricultores sedentarios que habitaron centros urbanos, por el otro (el supuesto básico es que los productos agrícolas contribuyeron a la manutención de animales). Desde esta perspectiva, el nomadismo pastoral no es ya sinónimo de primitivismo, sino que se le considera una forma de vida tan compleja como la del granjero y con complejidades propias, no menores que las del habitante de un centro urbano.[8] Desde el cuarto milenio antes de Cristo, las estepas (o “mar de hierba” como también se les ha llamado) fueron poblándose con una gran diversidad de pueblos que ocuparon, cada cual, diferentes zonas de los 6000 kilómetros que separan Hungría de Manchuria. ![]() Mucho tiempo antes de que Gengis Kan unificara bajo su mando a las tribus mongolas, los pastores nómadas ya se habían lanzado a guerrear contra los pueblos de las civilizaciones agrícolas sedentarias. La primera arma que les confirió ventaja fue el carro de guerra tirado por caballos, que parece haberse inventado en las fronteras entre la estepa (productora de equinos) y los hábitats de las civilizaciones sedentarias (productores de la madera y el metal de los vehículos). Una vez desarrollado ese invento, durante el segundo milenio antes de Cristo, los hicsos en Egipto, los hurritas y persas en Mesopotamia, los aqueos y dorios en Grecia, los arios en la India o los chang en China, dislocaron los antiguos reinos y fundaron sus propias dinastías de reyes guerreros. A esas primeras oleadas de invasores que conducían carros de guerra, seguirían otras integradas por los terroríficos jinetes de la estepa que los pueblos agrícolas de Oriente y Occidente consideraron siempre como bárbaros: los semilegendarios escitas; los hunos que llegaron a las puertas de Roma en el siglo V (probablemente eran los mismos que los chinos del siglo II a. C. conocieron con el nombre de hiong-nu); las numerosas tribus turcas, desde selyúcidas hasta otomanos, y sus parientes kazakos, uzbekos o kirguiz; los pueblos que quizás hablaban dialectos indoeuropeos, como medos, sogdianos, tocarios, sármatas y otros; hasta los mongoles y manchúes, de hablas turanias. La siguiente cita resume perfectamente la importancia de los milenarios enfrentamientos entre los nómadas esteparios y los pueblos y estados pertenecientes a civilizaciones de tradiciones agrícolas y sedentarias: … a lo largo de los 2400 kilómetros de frontera que separan la estepa de las tierras habitadas entre el Himalaya y el Cáucaso ni la táctica con carros ni las occidentales de Alejandro eran ya apropiadas, una vez que los pueblos nómadas montados hubieron aprendido que la civilización era vulnerable. Así, los primeros escitas que invadieron Mesopotamia al final del siglo VII a. J. C. eran los precursores de un ciclo ininterrumpido de incursiones, expolios, captura de esclavos, matanzas y, en ocasiones, conquistas que afligirían al flanco externo de la civilización durante dos mil años, en el Próximo Oriente, India, China y Europa. Estos ataques constantes en los límites de la civilización ejercieron profundas transformaciones en su naturaleza interna, a tal extremo que podemos considerar a los nómadas de la estepa como una de las fuerzas más importantes –y funestas– de la historia (Keegan, 1995: 223). Este historiador presenta una propuesta[9] interesante acerca de las razones que permitieron a los pueblos pastores de las estepas asiáticas ser los primeros en dominar el arte de la guerra a caballo. Según Keegan, su actividad hacía que los pastores estuvieran acostumbrados a la matanza y carnicería de mamíferos, dotándolos así de sangre fría para hacer la guerra contra sus congéneres. Además, sus conocimientos pastoriles también les permitieron desarrollar tácticas (flanqueo, elección rápida de presas, cooperación cohesionada entre los atacantes, maneras de asestar golpes mortales al enemigo, etc.) que finalmente los llevarían a practicar un tipo de guerra total, poco ritualizado, cuya finalidad era destruir pronto y por completo al enemigo. Además, lo que otorgó a estos nómadas la posibilidad de enfrentarse con éxito a los sedentarios agrícolas fue su gran destreza al combatir montados en caballo y el magistral uso del arco compuesto. Veamos esto. La arqueología ha comprobado que hacia el año 4000 a. C., en la región del río Don, los hombres convivían con los caballos, pero sin montarlos, pues los usaban como alimento.[10] Relieves egipcios del siglo XII a. C. muestran gente armada montada a caballo, pero se debe concluir que este animal se usaba más bien como un medio de transporte, pues las figuras van a pelo, sin estribos y sobre los cuartos traseros del animal, cosa que haría mucho más peligrosa la embestida para el jinete que para su enemigo. No obstante, ya durante el primer milenio, poco después de la invención del carro de guerra, se dio el siguiente paso lógico: el guerrero prescindió del carro y montó en el caballo para combatir. A este paso contribuyeron definitivamente la crianza selectiva de especies de equinos y las invenciones de la silla adelantada (que pone el peso del jinete en los hombros del animal) y del estribo (que posibilita gran equilibrio al jinete) que convirtieron al caballo en una excelsa arma de guerra. … los estribos se desarrollaron de forma sorprendentemente tardía y se propagaron con extraña lentitud. La primera constancia que se tiene del estribo se remonta a la India del siglo II a. C., como apoyo para el dedo gordo del pie. La idea llegó a China y en el siglo V d. C. apareció un estribo de hierro para todo el pie. Desde allí se difundió por el oeste, puede que llegando a Europa en ese mismo siglo con los hunos, pero hecho en cuero, porque los primeros de hierro están datados en el siglo VI. Por tanto, a la altura de 500 d. C., los nómadas pastorales del interior de Asia ya tenían una ventaja sobre las sociedades sedentarias. Añadiendo el estribo a la silla, la brida y el bocado, los jinetes podían maniobrar mejor que los carros, disparar flechas, llevar lanzas o usar el lazo yendo a galope tendido (Man, 2006: 63). ![]() Jinetes mongoles, manuscrito de Rashid al-Din, siglo XIV El arma distintiva de los jinetes de la estepa era el arco compuesto, un artefacto que, como arma personal transformó la forma de hacer la guerra de una manera tal vez sólo comparable con la espada romana (gladius) y la ametralladora. Sus orígenes pueden remontarse, quizás, al tercer milenio antes de Cristo, y su fabricación y uso constituían artes especiales con profundas implicaciones religiosas. Las características de este tipo de arco –peso, tamaño, y alcance de tiro– resultaban ideales para los jinetes, ya que podían dispararlo mientras iban a galope y acertar a blancos situados a trescientos metros con mortíferos resultados. Al igual que las tiendas de fieltro para alojarse (yurta) o ciertos instrumentos y utensilios domésticos, el equipo del arquero montado de la estepa (arco compuesto, flechas de distintos pesos y tamaños, carcaj y estuche, dedil para proteger el pulgar) no sufrió cambios durante miles de años. ▼ Conquista de China
No debemos pensar que cuando Gengis Kan inició su ataque contra China, ésta era el gran país unificado que conocemos hoy. Pese a que desde entonces contaba con cerca de un tercio de la población mundial, estaba dividida en numerosos estados independientes entre sí y de diversos tamaños. El más grande era el reino de la dinastía Song, que tenía unos sesenta millones de habitantes, estaba situado al sur y tenía su capital en Hangzhou. El segundo era el de los yurchen, que, con su capital en Zhongdu (actual Pekín), dominaban sobre unos cincuenta millones de personas en Manchuria, parte de Mongolia y el norte de China. Entre los mongoles y el imperio de los Song había una serie de estados buffer que cambiaban continuamente de manos: En lo que podemos considerar un ciclo establecido desde tiempos inmemoriales, un ejército nómada bajaba de la estepa, conquistaba los campos y las ciudades del sur, creaba una nueva dinastía y, al cabo de unos pocos años, caía ante el ataque de otra tribu intrusa. Aunque la identidad de la tribu gobernante no era la misma de un siglo para otro, este sistema no había cambiado en milenios (Weatherford, 2006: 128). Previamente al avance sobre China, Gengis había sometido a los reinos de los uigures, los tangut y los kitanes, con lo cual dominaba los oasis y puntos fortificados por donde pasaban las caravanas de las rutas de la seda, se cubría las espaldas por el oeste y contaba con bases desde donde podía lanzarse a atravesar el desierto del Gobi y atacar a los yurchen. Hacia 1215, las fuerzas mongolas completaron la conquista del territorio yurchen saqueando Zhongdu y llevándose un gran botín de regreso a su patria. Luego siguió el turno de las pequeñas y aisladas tribus siberianas al norte y de los naimanos y kara-kitanes, en la confluencia de los actuales Afganistán, Pakistán y China (esta fue la primera campaña en la que el ejército mongol no fue comandado directamente en el campo por Gengis, pues las tropas actuaron bajo las órdenes del general Yebe). Así, Gengis Kan obtenía el control sobre los territorios de la ruta de la seda que conectaban la zona de producción china (en manos de la dinastía Song) con los consumidores musulmanes de los sultanatos de Asia Central y el Oriente Próximo.[11] Para aprovechar esa posición y asegurar la afluencia de productos extranjeros a las poblaciones mongolas,[12] Gengis buscó establecer una alianza comercial con el sha Muhammad II, un sultán de origen turco, que reinaba en el extenso territorio comprendido entre el río Indo y el mar Negro llamado Jorezm (Khwarezm).[13] A pesar de un pacífico acuerdo inicial, el gobernador de la provincia de Otrar (en el actual Kazajistán) atacó a una caravana del kan, se apoderó de sus riquezas y masacró a los mercaderes y sus servidores. Gengis Kan envió una embajada para protestar ante Muhammad y solicitar el castigo del gobernador, pero el sha mandó ejecutar a los principales legados mongoles y, tras mutilarles el rostro, envió de regreso a los demás. Esto despertó la ira de Gengis Kan, y la respuesta mongola no se haría esperar. ![]() Gengis Kan en combate ▼ Kan vs. Sha
A finales de 1219, Gengis encabezó la marcha hacia occidente de un ejército de unos cien o ciento cincuenta mil combatientes que llevaban consigo arietes, escaleras de asalto, catapultas de variados tamaños que podían disparar bombas de fuego y otros artefactos capaces de derruir murallas y trincheras. Nunca se había visto esta mortal combinación de armamento de asedio con la poderosa caballería nómada. Al año siguiente, año del Dragón, los mongoles arribaron a Bujara, gran capital de Jorezm (quizá con unos trescientos mil habitantes en esa época), tras dar un rodeo por el desierto para aparecer detrás de las líneas de defensa enemigas; luego de ser diezmada al intentar una salida para romper el sitio, la guarnición se refugió en la ciudadela, y los habitantes de Bujara abrieron las puertas al ejército atacante que pasó a cuchillo a la guarnición, esclavizó a los habitantes y prendió fuego a la ciudad. Después le tocó el turno a Samarcanda, en donde estaba el sha Mohammed, quien nada más ver llegar a los mongoles abandonó a sus súbditos y huyó.[14] Éstos intentaron una inútil resistencia basada en el uso de una veintena de elefantes, que no funcionó porque los paquidermos huyeron asustados; Samarcanda se rindió. Así, desde el Himalaya hasta el Cáucaso, todas las ciudades fueron tomadas y todos los ejércitos aniquilados; nada pudo frenar, en cerca de tres años de campaña, al tremendo aparato militar mongol. Aunque como imperio unificado Jorezm apenas contaba con una docena de años más que el de Gengis Kan, la antigüedad de su civilización (que amalgamaba a árabes, persas y turcos, además de otros pueblos) era mucho mayor y en ella se encontraban los centros urbanos más ricos y más desarrollados de aquel tiempo.[15] Como regla general, tras tomar una ciudad se ejecutaba a los soldados enemigos, pero se respetaba a los operarios y artesanos calificados para que ejercieran sus conocimientos a favor del ejército mongol. ![]() Monumento a Jalal al-Din en No se conocen con certeza los detalles de su vida, pero es seguro que después de su escape en la batalla del Indo siguió encabezando la resistencia musulmana contra los mongoles, aunque con poco éxito. Por eso ahora se le ve como un héroe en los países islámicos del sur de la antigua URSS. Algunos suponen que fue asesinado en 1231 por ladrones kurdos que no sabían quién era. Se cuenta que, admirando su desempeño en la batalla, Gengis Kan dijo de él: “Afortunado debería considerarse el padre de un hijo así”; aunque su admiración por el joven sha no llegó a mucho más, pues mandó arrojar a sus hijos para que se ahogaran en el Indo. Las personas sin ocupación definida eran utilizadas como auxiliares en los sucesivos ataques a las ciudades, consistiendo su tarea en transportar cargas, cavar trincheras, hacer de escudos humanos, ser arrojados a los fosos para hacer de relleno y servir de puente o sacrificar su vida en la empresa bélica de los mongoles. Los que ni siquiera servían para esos cometidos eran pasados por las armas, y sus cadáveres abandonados… Si tenemos en cuenta los vandálicos y horripilantes actos de los ejércitos civilizados de la época, no puede decirse que los mongoles hicieran cundir el pánico por la ferocidad o la crueldad de sus acciones, sino más bien por la rapidez y la eficacia de sus conquistas y el supuesto menosprecio absoluto que les merecía la vida de los ricos y poderosos. En su avance, los mongoles sembraron el terror, pero sus campañas destacaron más por el éxito militar sin precedentes con que se vieron coronadas en detrimento de poderosísimos ejércitos y de ciudades aparentemente imposibles de conquistar, que por una sed de sangre o un uso ostentoso de actos públicos de marcada crueldad (Weatherford, 2006: 164). Las cifras de muertos consignadas por las crónicas islámicas antiguas no pueden creerse, es imposible admitir que en cada batalla cada uno de los invasores mongoles matara entre cien y trescientas cincuenta personas sin que ninguna de éstas acertara siquiera a tratar de huir. Los historiadores modernos concuerdan en que, a Gengis Kan, más que como asesino masivo, se le debe considerar como un destructor de ciudades, ya que el arrasamiento que sus tropas llevaron a cabo respondió tanto a actos de venganza y castigos por desobediencia o traición, como a acciones estratégicas (por ejemplo, difundir noticias de terror o desaparecer centros de intercambio que le reportaran desventajas para su control sobre las rutas comerciales). ▼ La batalla
Jalal al-Din, el hijo del sha Mohammed, era muy diferente a su padre. Decidido a resistir la invasión, reunió a gran parte de las dispersas fuerzas jorezmenses y se retiró al sur a las montañas del actual Afganistán. En la primavera de 1221, logró infligir a los mongoles su primera derrota, en Parvan, al norte de Kabul. Pero luego, perseguido de cerca por las fuerzas del kan, atravesó la cordillera del Hindu Kush y fue finalmente acorralado al llegar a las proximidades del río Indo. Obligados a presentar batalla, el 24 de noviembre de 1221, unos cincuenta mil soldados de Jorezm se colocaron frente a un número más o menos similar de mongoles y protegieron sus flancos con elevaciones montañosas a la izquierda y la corriente del Indo a la derecha. Al principio, Jalal al-Din trató de superar el flanco izquierdo mongol con un ataque que parecía destinado al éxito hasta que el propio Gengis Kan encabezó a su guardia personal de varios miles de hombres en una feroz embestida que dispersó a los de Jorezm y les provocó muchas víctimas. Casi al mismo tiempo, pero al otro lado del frente de batalla, apareció de improviso un tumen, que había sido mandado a rodear las montañas y no había sido detectado por los enemigos. Este movimiento fue una muestra más de las brillantes habilidades tácticas de Gengis Kan que, en esta ocasión, le permitió lanzar un poderoso ataque sobre el flanco izquierdo del ejército de Jorezm. Rodeados por ambos lados, los musulmanes cayeron ante las continuas lluvias de flechas hasta ser completamente despedazados; sólo sobrevivieron 700, entre ellos el propio Jalal al-Din, de quien se dice que escapó al realizar un increíble salto por encima del torrente montado en su caballo. ![]() Jalal al-Din cruza el río Indo para escapar de Gengis Kan y su ejército, lleva una sombrilla, un poste y una espada ▼ Conclusión
La marcha de los bárbaros al oeste los condujo a múltiples victorias por Asia Central, Rusia, Ucrania, Polonia y Hungría, pero más allá de esta última, los grandes pastizales se acababan y los mongoles tuvieron que detenerse. Al encontrarse ante bosques y amplias zonas cultivadas con surcos que ofrecían un terreno inseguro para los cascos de sus caballos y ausencia de pasto para alimentar a sus animales, la rapidez y movilidad de los jinetes mongoles sufrió una tremenda merma, sus ataques relámpago[16] y por sorpresa ya no eran posibles. Además, esos mismos límites marcaban la transición del clima seco estepario a las zonas de humedad permanente que provocaban que los arcos mongoles perdieran fuerza y puntería. Algo equivalente sucedía con las regiones al sur del Indo, por eso Gengis Kan decidió no lanzarse a la conquista de la India. En clara oposición a los científicos y políticos europeos, las víctimas de esta ideología [la de Buffon y Voltaire], los intelectuales y activistas asiáticos, encontraron un nuevo héroe en el khan mongol. Por toda Asia, desde Japón hasta la India, la nueva generación del siglo XX, deseosa de liberarse de la dominación europea, encontró una fuente de inspiración en Genghis Khan y los mongoles, vistos como los conquistadores asiáticos más grandes de la historia y como un claro contrapeso a las doctrinas de la superioridad europea (Weatherford, 2006: 323). ♦ ▼ Referencias
KEEGAN, J. (1995). Historia de la guerra. Barcelona: Planeta. LAMB, H. (1949). Genghis Khan. Emperador de todos los hombres. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. MAN, J. (2006). Genghis Khan. Vida, muerte y resurrección. Madrid: Oberon. WEATHERFORD, J. (2006). Genghis Khan y el inicio del mundo moderno. Barcelona: Crítica. NOTAS* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie El fluir de la historia.
▼ Créditos fotográficos
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