Otras fechas para recordar:
LA INDEPENDENCIA
EN EL NORTE DE MÉXICO

Andrés Ortiz Garay[*]



Para continuar con la revisión de las conmemoraciones que en 2021 tienen lugar en nuestro país, el autor aborda ahora el proceso de la independencia en el norte de México, un proceso sumamente complejo, desarrollado en un inmenso territorio, que tan sólo 27 años después de 1821 se vería dividido a consecuencia de la conquista estadounidense.




c Otras fechas para recordar: la independencia en el norte de México

Cuando el 28 de septiembre de 1821 se firmó el Acta de la Independencia del Imperio Mexicano, la nueva nación que surgía tras una convulsionada década de lucha por la emancipación no tenía una clara noción cartográfica de sus dominios, límites y recursos. Para afirmar su soberanía sobre algo más de cuatro millones de kilómetros cuadrados, contaba en ese entonces con una población de apenas siete millones de habitantes que vivía en pequeños pueblos y rancherías del ámbito rural y que era predominantemente indígena. Más de la mitad del inmenso territorio reclamado como suyo por ese México se situaba por arriba de los 32 grados de latitud norte;[1] esa mitad septentrional del Imperio era conocida de manera muy deficiente por las autoridades centrales y estaba poblada en su mayoría por tribus indias que no reconocían bien a bien ser parte de aquella nación recientemente independizada (ni de ninguna otra, para el caso). La población llamada “gente de razón” –es decir, de raza blanca, mestizos, negros o indígenas integrados en el sistema político-cultural de la colonia– representaba poco más de 1 por ciento de la población total de México (en conjunto, la densidad de la población no alcanzaba siquiera la cifra de un habitante por kilómetro cuadrado).

Según datos presentados por el sobresaliente historiador David J. Weber (1988), en Texas había 2500 habitantes considerados “gente de razón”, básicamente centrados en dos poblaciones del sureste de esa provincia, San Antonio de Béxar y la Bahía del Espíritu Santo (después llamada Goliad); en la Arizona hispánica (que todavía no se conocía con ese nombre) había unos mil, centrados en Tucson, el puesto militar de Tubac y en Tumacácori; en la jurisdicción de Nuevo México destacaban El Paso del Norte y sus comunidades aledañas, con unos 8 mil habitantes, así como la región del alto río Bravo, entre Socorro al sur y Taos al norte, con unas 30 mil “gentes de razón” y más o menos unos 10 mil de los llamados indios Pueblos, que eran agricultores sedentarios parcialmente asimilados a la estructura colonial (la capital novomexicana, Santa Fe, tenía una población de alrededor de 5 mil personas);[2] en la Alta California unas 3200 gentes de razón vivían repartidas en puntos de la franja costera como San Diego, Santa Bárbara, Monterrey, San José y Los Ángeles, pero como los indios yumas controlaban el cruce del río Colorado desde 1781, las poblaciones californianas se hallaban aisladas y tenían que comunicarse por mar con el resto de Nueva España.

Así, el primer punto sobre el que quiero llamar la atención del lector es que al iniciar su vida independiente, México no sólo se enfrentaba a la lejanía geográfica de sus provincias más septentrionales, sino que además tenía en ellas un déficit demográfico que, si atendemos a la máxima de que “gobernar es poblar”, constituiría un factor decisivo en el intento de imponer su soberanía en esas regiones. En el cuarto de siglo siguiente a 1821, la intrusión de muchos colonizadores provenientes principalmente de los Estados Unidos probaría las nefastas consecuencias de ese déficit poblacional.

Un segundo factor decisivo en el futuro de la frontera norte del México inicial fue el catastrófico curso de la conducción política del nuevo Estado. Pues, en efecto, entre 1822, cuando Iturbide se declaró emperador, y 1847, cuando se desató la invasión estadounidense, México vivió en condiciones de permanente agitación y penuria: soportó cincuenta gobiernos militares, fue alternativamente una república federalista (1824-1836) o centralista (1836-1847), tuvo que soportar movimientos separatistas en sus extremos norte y sur (el de Texas, iniciado en 1836, resultó irreversible; mientras que el de Yucatán que en 1840 declaró independiente a la península homónima fue revertido en 1846 debido a la necesidad de contar con el apoyo federal durante la llamada “guerra de castas”). Una innegable muestra de este desequilibrio político fue que en ese periodo hubo tiempo para convocar siete congresos constituyentes que promulgaron un acta constitutiva, tres constituciones y un acta de reformas, además de que en las entidades federativas también se hicieron muchas constituciones estatales. Cada uno de estos actos organizativos y sus documentos resultantes pretendieron reflejar lo que consideraban una idea definitiva de la redención nacional.

Un tercer factor importante fue el tratamiento dado a la cuestión de las relaciones con las llamadas “naciones bárbaras”, es decir, las tribus y bandas de indios nómadas que vivían de la caza, la recolección de productos silvestres y el despojo de botines por medio de las incursiones de temibles guerreros. Para fines del siglo XVIII, la recomposición de los territorios tribales debida al avance de la colonización angloamericana al oeste del río Misisipi empujaba cada vez con más frecuencia a comanches, apaches, kikapús, cados y otros grupos indios hacia el sur. Mientras que el pragmatismo angloamericano no mostró demasiados reparos en comerciar armas a cambio de ganado u otros productos del pillaje, tanto las autoridades novohispanas como las ya mexicanas siguieron insistiendo en mantener un trasnochado tutelaje sobre los indios que buscaba convertirlos en agricultores cristianos con residencias fijas.

Entre otros grupos de indios nómadas, los temibles guerreros comanches, muy diestros en el manejo del caballo, disputaron a México el dominio de las provincias del norte/ George Catlin, North American Indians (1857)

A pesar de que a la ceremonia de coronación de Iturbide asistieron algunos jefes de los indígenas norteños para demostrar su adhesión al Imperio mexicano, las promesas de integración e igualdad hechas en aquella ocasión no fueron nunca realmente cumplidas, más bien muy pronto –debido a las carencias del erario mexicano– se cortaron los suministros que se daban a los indios guerreros a cambio de mantener la paz. Por eso, a partir más o menos de 1830, fuertes partidas de comanches o apaches asolaron el norte de México, convirtiéndose en una especie de punta de lanza de la próxima invasión de los colonos y los soldados estadounidenses.[3]

No obstante estos problemas, que se harían mucho más patentes unas décadas después, en 1821 el aviso de la recién adquirida independencia fue saludado con vivas en las provincias del norte. Aunque las noticias tardaban un lapso considerable en llegar desde la Ciudad de México hasta las capitales provinciales del norte, desde bien entrada la primavera de aquel año se sabía que el Plan de Iguala, promulgado por Iturbide en febrero, ganaba rápidamente adeptos en todo el país.[4] Por eso, el 19 de julio, la guarnición y las autoridades civiles y eclesiásticas de San Antonio, la capital texana, juraron ante un gran crucifijo erigido en la plaza del poblado mantener la independencia de México. Al entrar el otoño, actos similares se repitieron en otras capitales y poblados del norte: el 3 de septiembre, en el cuartel militar del presidio de Tucson, y cinco días después, en El Paso (donde hoy está el centro de Ciudad Juárez). Otros lugares por su mayor lejanía e incomunicación tardaron más. Así, en Santa Fe se juró el 6 de enero de 1822; en Monterrey, la capital de la Alta California,[5] el 11 de abril de este último año; y en Loreto, Baja California, hasta julio, o sea, unos diez meses después de haber sido proclamada en la capital del país.

Soldado presidial. A pesar de que con la independencia se dio una revitalización de las estructuras municipales, este cambio no sirvió para fortalecer a las fuerzas milicianas encargadas de la defensa de las provincias del norte.

El libro de David Weber ofrece un interesante y algo conmovedor ejemplo de lo que significó para autoridades y gente común la transición de novohispano a mexicano:

Aunque los gobernadores de la frontera eran rebeldes renuentes, su buena voluntad para aceptar pacíficamente al nuevo régimen y la disposición de la ciudadanía y de la tropa para seguirlos, evitó, en 1821, una destructora guerra civil en la frontera. Quizás las únicas bajas de la revuelta de Iturbide en la frontera fueron las trencitas que usaban los soldados. Según dice Juana Machado, jovencita en esos días, “era costumbre que los hombres tuvieran el pelo largo, que se lo trenzaran y al extremo se lo anudaran con un listón o seda; a algunos les llegaba a la cintura”. Al ocurrir el cambio de banderas en California en 1822, dice Juana Machado que se expidió “una orden para que los soldados perdieran sus trenzas … Cuando papá llegó a casa llevaba su trenza en la mano, se la tendió a mamá, con gran tristeza en su rostro … miró a la trenza y se puso a llorar” (Weber, 1988, p. 35).

Así, puede ser que la independencia no haya suscitado gran entusiasmo en una parte de la población del norte, pero es indudable que para otra parte el nuevo orden político sí reportó beneficios. Aparte de la apertura comercial (que no abordaré aquí), las posibilidades de autonomía local aumentaron gracias a la revitalización de las estructuras municipales y hubo ciertas oportunidades para que los gobiernos provinciales fueran más representativos; si esto se malogró, fue a consecuencia de los malos manejos y ansias de poder de turbios gobernantes a la manera de Iturbide[6] y Santa Anna, por el acecho y la injerencia de potencias extranjeras, por el atraso tecnológico y económico, y también por las contradicciones que entrañaba el nuevo ordenamiento constitucional de 1824, que por un lado hacía gala del impulso a la igualdad de la población, pero por otro preservaba privilegios y fueros para los miembros del clero, los militares y los hacendados (una funesta herencia del régimen colonial). Pero en cierto sentido, la independencia despertó esperanzas que se vieron reflejadas, por ejemplo, en algo que no es comúnmente mencionado en los libros de historia:

Al consumarse la independencia, en cumplimiento de la Constitución de 1824 se hizo la delimitación territorial de las entidades federativas, incluyendo las del norte. Esto vino acompañado de cierto entusiasmo general por la implantación de las renovadoras instituciones republicanas y federalistas, opuestas al monarquismo centralista de la recién superada época colonial. Esa atmósfera se reflejó en la toponimia, que siempre es reveladora del espíritu de los tiempos, pues evidenció un claro propósito de desligarse del pasado colonial. En vía de ejemplos recordemos que se substituyeron los nombres tradicionales, muchos de ellos de santos, por los de héroes de la independencia: San José del Parral en adelante fue Hidalgo del Parral; San Bartolo, Allende; Aguayo, Ciudad Victoria (en honor del primer presidente de la república); la villa del Pitic, Hermosillo (por José María González Hermosillo), y pronto otras poblaciones recibieron los nombres de Aldama, Rosales, Jiménez, Galeana, etcétera (Piñera, 1989, p. 29).


En la Constitución de 1824, las Californias y Nuevo México se consideraron territorios de la Federación, mientras que otras porciones del país, que hoy son parte de los Estados Unidos, se adscribieron al estado de Sonora y Sinaloa y al estado de Coahuila y Tejas


En todo caso, rescataré en lo que sigue algo a lo que alude Weber en el párrafo de su autoría que cité anteriormente. Me refiero al rechazo a dirimir por la violencia la cuestión de mantener las provincias del norte como parte del decaído Imperio español o sumarse al mexicano. Había sin duda, en la década de 1820-1830, un hartazgo de la guerra que en los diez años anteriores había ensangrentado al país y lo había puesto al borde de la ruina económica. A propósito de esto, hago en lo que sigue un breve recuento de los movimientos independentistas en el norte de México.


La Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824 entró en vigor el 4 de octubre de ese año, después del Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide

c La guerra de independencia en el norte

El recuento historiográfico de las acciones militares en favor de la independencia deja por lo general de lado lo sucedido en las provincias del norte o si acaso las menciona como pocas y prácticamente reducidas a operaciones guerrilleras de alcance local. Quizá como excepción a esta visión limitada, a veces se resalta lo realizado por el insurgente potosino Mariano Jiménez en Nuevo León, o que José María González Hermosillo partió de Guadalajara con la intención de sublevar la intendencia de Sonora pero no tuvo mucho éxito y, más comúnmente, que la expedición al mando de Francisco Xavier Mina desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas, considerando este punto como parte del norte. Sin embargo, aunque las grandes campañas y batallas de la guerra de independencia no se libraron en las provincias que aquí estoy considerando, es conveniente recordar que hubo varios levantamientos y expediciones militares cuyo objetivo real o supuesto (ya que algunas fueron más bien incursiones de filibusteros) era combatir contra el dominio español y declarar la independencia.

Así, en enero de 1811, el capitán de milicias Juan Bautista Casas encabezó una insurrección en Texas que logró apresar al gobernador y al jefe militar de la provincia, instaló una junta organizativa en San Antonio de Béxar, la capital de la provincia, y nombró a Casas gobernador provisional. Este puesto fue confirmado por el teniente general Mariano Jiménez, el representante directo de Hidalgo y Allende en el norte, quien había tomado Monterrey sin lucha un poco antes gracias a que el comandante militar del Nuevo Reino de León, Manuel de Santa María, se había adherido al movimiento insurgente. A pesar de que la junta declaró el comercio libre entre Texas y la Luisiana estadounidense, los realistas recuperaron el poder y apresaron a Casas junto con Ignacio Aldama, hermano de Juan Aldama, que había llegado a San Antonio para dirigirse a los Estados Unidos como embajador de Hidalgo y Allende. Casas y Aldama fueron fusilados en Monclova en agosto de 1811.

Por su parte, Bernardo Gutiérrez de Lara, que era un mercader criollo comisionado por el cura Hidalgo para tratar de obtener apoyo de los Estados Unidos a la causa independentista, trabó contacto con las autoridades de Washington. Con el beneplácito y el financiamiento de varios funcionarios (entre ellos James Madison, el secretario de Estado), Gutiérrez de Lara levantó un pequeño ejército compuesto principalmente por mercenarios angloamericanos y se lanzó a invadir Texas partiendo desde Luisiana en agosto de 1812. Reforzado por gente local, el llamado Ejército Republicano del Norte logró tomar San Antonio, y Gutiérrez de Lara proclamó allí la creación de una república independiente; pero las desavenencias entre su propio grupo y la contraofensiva emprendida por los realistas al mando del general José Joaquín Arredondo y el coronel Ignacio Elizondo (el mismo que había traicionado y apresado a Hidalgo, Allende y otros caudillos en Acatita de Baján, Coahuila, en marzo de 1811) dieron al traste con ese intento emancipador. La represión y las purgas consiguientes fueron muy duras; aparte de las pérdidas en batalla,[7] fueron fusilados más de trescientos colonos en San Antonio y en Nacogdoches. La provincia de Texas quedó muy devastada, pero eso no impidió que se siguieran repitiendo las intentonas filibusteras.

En 1814, el general de origen francés Jean Amable Humbert proyectaba invadir y saquear Tampico y Altamira, conquistar con los recursos obtenidos a las Provincias Internas para después llegar a la capital y proclamar la independencia general; desembarcó en Nautla, y se internó al país para entrevistarse con Ignacio Rayón, pero de manera repentina tomó camino de regreso sin haber concretado ninguno de sus ambiciosos planes.

En 1815, el sacerdote José Manuel de Herrera fue nombrado por José María Morelos, ministro plenipotenciario ante el gobierno de los Estados Unidos; no obstante, el máximo éxito de esa misión fue que Herrera nombró gobernador de Texas a un comodoro llamado Luis Aury, que en calidad más bien de corsario estaba posesionado de la isla de Galveston. Al año siguiente, Aury se alió con su viejo conocido Gregor MacGregor, un escocés reclutado en Londres por el mariscal Francisco Miranda para luchar por la independencia de Sudamérica. Una vez en Venezuela (1812), MacGregor combate valientemente contra los realistas y obtiene el grado de general; entonces se casa con Josefa Aristeguieta y Lovera, prima del Libertador, Simón Bolívar. Encargado por éste de impulsar levantamientos contra las autoridades españolas de Florida, se reúne con su viejo aliado Aury para tomar la isla de Amelia, en la parte oriental de la península. Tras una serie de deserciones y dificultades, MacGregor se retira de la empresa y Aury, con sus corsarios franceses y haitianos, pretende escudarse en la patente de corso extendida por Manuel Herrera y declara la llamada “República de Florida” (proclamada en junio de 1816 por MacGregor); en realidad la pequeña isla se convierte en parte de la República de México. Todo un falso intríngulis que terminó desapareciendo en diciembre de 1817, cuando las tropas enviadas por el presidente estadounidense James Monroe comenzaron a poner en práctica la doctrina homónima (“América para los americanos”), lo cual no sólo constituyó una humillación a España, sino también a los supuestos insurgentes a favor de México, ya que ninguno pudo impedir la entrada en lo que se consideraba su territorio, de una fuerza en aquel entonces extranjera.

Es famosa la expedición de Francisco Xavier Mina entre abril y noviembre de 1817; las peripecias de la expedición y el trágico final de su líder en el Bajío son hechos bien conocidos que le han valido a Mina un lugar destacado en el panteón de los héroes de la insurgencia. Pero muchas veces se olvida o se omite mencionar que la mayor parte de los 300 hombres comandados por el guerrillero navarro eran angloamericanos, ingleses, españoles o de otros países de Europa.

Francisco Xavier Mina, militar y guerrillero español que participó en la guerra de la Independencia de España y en la Independencia de México

Quizá la última intentona de este tipo fue la realizada en 1819 por James Long, quien encabezó otra invasión, esta vez compuesta por angloamericanos que pretendían declarar la independencia de Texas para impedir que la franja de Natchez quedara en manos de España, como había sido acordado en el Tratado Adams-Onís, que establecía los límites fronterizos entre los Estados Unidos y las colonias españolas de Norteamérica. Long se alió con el pirata Jean Lafitte, que dominaba la desembocadura del río Misisipi, pero tanto éste como sus patrocinadores estadounidenses le fallaron en el abastecimiento de pertrechos y bastimentos, por lo que Long se vio obligado a desperdigar sus tropas en el intento de posibilitar que grupos pequeños vivieran de los recursos de la tierra que ocupaban. Esto fue aprovechado por los españoles, que al mando del coronel Ignacio Pérez fueron poco a poco capturando a los filibusteros o empujándolos fuera de Texas. Unas semanas después de que se firmó en la Ciudad de México el acta de independencia (septiembre 1821), Long fue capturado por las fuerzas del coronel Pérez y enviado a la capital mexicana. Allí murió en polémicas circunstancias (se dice que por accidente o que alguien lo mandó matar) a consecuencia de un disparo efectuado por un guardia de la prisión donde se le mantenía en espera de juicio.

c Recordar para no olvidar

El 7 de julio de 1846 la infantería de marina transportada en tres buques de bandera estadounidense desembarcó en la bahía de Monterrey para exigir la rendición de la capital de la Alta California y asegurar la anexión de esa provincia a los Estados Unidos. Unas semanas después, el 18 de agosto, las tropas del general Stephen Kearny, que habían marchado a través de 1360 kilómetros desde su base en Kansas, izaron esa misma bandera en Santa Fe, Nuevo México, que cayó al igual que Monterrey sin ofrecer resistencia. Texas ya había sido anexionada al país de las barras y las estrellas en marzo del año anterior. La oposición se manifestaría en esas provincias algún tiempo después, en la forma de guerrillas que acosaron sin suerte a las tropas extranjeras cuya conducta ya presagiaba casi de inmediato lo que después sería un largo calvario para los mexicanos que decidieron permanecer en los territorios ocupados. Como bien sabemos, la guerra contra los Estados Unidos finalizó con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, que comprometía la cesión de un tercio del territorio que hasta entonces había sido mexicano; y al sumársele el de la ya antes anexionada Texas, se completaba la pérdida de la mitad de México a manos de los codiciosos vecinos.

Antes de 1846, México no fue lo bastante próspero, populoso, poderoso o estable como para poblar su frontera, neutralizar las correrías de los nómadas y crear vínculos comerciales y políticos estrechos entre la periferia y la metrópoli. En un sentido más amplio, es posible entender la frontera de México considerándola como la periferia de una nación en marcha que a su vez era periférica del sistema capitalista del mundo. Durante el siglo XIX, mientras los Estados Unidos llevaban a cabo la transición de un estado agrario periférico para llegar a ser una de las naciones principales del sistema capitalista del mundo, México seguía siendo periférico en el sistema capitalista mundial. El historiador Immanuel Wallerstein ha dicho que “el destino de los estados periféricos es la intervención de los extraños por medio de la guerra, la subversión y la diplomacia”; el de México es un buen ejemplo de esto (Weber, 1988, p. 375).

El objetivo de este escrito ha sido señalar que el 27 de septiembre de 2021, fecha señalada para conmemorar el bicentenario de la consumación de la independencia nacional, debe considerarse dentro de una perspectiva temporal y espacial más amplia. Lo que hoy es México no era lo mismo en septiembre de 1821 cuando el Ejército de las Tres Garantías hizo su entrada triunfal en la capital del país. El proceso real de independencia adquirió diferentes formatos y maneras en el extenso territorio que hace dos siglos era reclamado como suyo por la nación que se hacía entonces independiente (he hablado aquí del norte de aquel México, pero indudablemente habría también que revisar lo sucedido en el extremo sur). El trágico cercenamiento de las provincias mexicanas del norte a mediados del siglo XIX ha producido un fuerte rechazo a profundizar con más exactitud en lo sucedido durante el primer cuarto de siglo de vida independiente, pero creo que sería fructífero aprovechar la conmemoración de este bicentenario para posar nuestra mirada histórica sobre otras fechas para recordar.

c Referencias

PIÑERA, David (1989). La frontera norte: de la Independencia a nuestros días. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, 12, pp. 27-50. https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/68882/60725 Ir al sitio

WEBER, David J. (1988). La frontera norte de México, 1821-1846. El sudoeste norteamericano en su época mexicana. Fondo de Cultura Económica.

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.

  1. Como es bien sabido, esa gran extensión estaba compuesta por los actuales estados de California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México, Texas, una vasta extensión de Colorado y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma (con objeto de no introducir confusiones y facilitar la lectura, a lo largo del texto utilizo generalmente los nombres actuales de entidades federativas y de territorios que durante la época colonial y la primera parte del siglo XIX no se denominaban así).
  2. De esta manera, Nuevo México constituía el núcleo más grande de población hispánica o hispanizada en toda la zona de la frontera septentrional del México que nacía en las primeras décadas del siglo XIX.
  3. Tadeo Ortiz, Juan Francisco de Azcárate, Miguel Ramos Arizpe y otros intelectuales de la época de la independencia anunciaron en sus obras que el lejano norte era una parte de México muy fuertemente amenazada tanto por tribus indias hostiles como por las potencias extranjeras que cada vez se acercaban más (Rusia y Gran Bretaña, además de los Estados Unidos).
  4. Véase mi artículo “Bicentenario del Plan de Iguala, un acto fundador relegado”, Correo del Maestro, 297, pp. 30-43. https://issuu.com/edilar/docs/cdm-297?fr=sMjIxZTM0NDk3NTM Ir al sitio
  5. No confundir con Monterrey, Nuevo León.
  6. Un hecho curioso es que el consumador de la independencia mexicana, Agustín de Iturbide, fue fusilado en uno de los estados del norte, Tamaulipas, en 1824; aunque en ese momento el estado que hoy conocemos formaba parte del Estado Interno de Oriente, entidad de composición y nombre efímeros, al igual que la designación del propio Iturbide como emperador de México.
  7. La batalla del río Medina, librada el 18 de agosto de 1813 en las cercanías de San Antonio, fue una de las más cruentas de este episodio. El Ejército Republicano del Norte perdió entre muertos y desaparecidos poco más de mil hombres (la mayoría de los heridos fueron ultimados mientras intentaban escapar).
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: Tomado de Weber, 1988

- Foto 1: Dominio público, americanart.si.edu

- Foto 2: Tomado de Weber, 1988

- Foto 3: Correo del Maestro a partir de Weber, 1988

- Foto 4: Isaacvp, es.wikipedia.org (CC BY-SA 4.0)

- Foto 5: Dominio público, commons.wikimedia.org

- Foto 6: artsandculture.google.com

CORREO del MAESTRO • núm. 304 • Septiembre 2021